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—Estoy feliz de verte a ti y a todos, hijo mío. Por fin, después de mucho tiempo, el
Sol ha hecho girar su carro hacia el norte, me parece como si hubieran pasado cien años
desde que caí sobre este lecho de flechas. El mes de magha ha llegado, ya es tiempo de
que yo abandone esta Tierra.
Bhishma se giró hacia Dhritarashtra y le dijo:
—Hijo mío, tú conoces todos los deberes de un rey, no hay nada que tú no sepas.
Siendo sabio como eres, no debes lamentarte por la muerte de tus hijos; fue obra del
destino. Yudhisthira y sus hermanos son tus hijos y están entregados a ti; sé feliz con
ellos.
Bhishma giró sus ojos hacia Krishna y pidió que le trajeran flores para adorarle con
ellas. Le dijo:
—Tú eres el Señor del Universo. Eres el purusha y eres el creador del mundo. Eres el
alma suprema y eterna. Revélame tu viswarupa y concédeme permiso para abandonar
este mundo, dame permiso para desechar este cuerpo humano. Si tú me das permiso
alcanzaré el final más alto.
En ese momento Bhishma vio el infinito esplendor del viswarupa del Señor, y Krishna
dijo:
—Devavrata, te concedo permiso para partir de vuelta a tu hogar, ya puedes regresar
y unirte a los vasus. Nunca jamás volverás a nacer en este mundo de los hombres
mortales. Tú eres como Markandeva, la muerte aguarda a tu puerta esperando tus
órdenes como un sirviente, la muerte te obedece.
El rostro de Bhishma se iluminó con una sonrisa celestial, cerró sus ojos yaciendo
inmóvil por unos momentos y luego, haciendo un sutil esfuerzo se obligó a sí mismo
a morir. Los que estaban alrededor suyo vieron un maravilloso resplandor que aban-
donando su cuerpo se elevó hacia el cielo, perdiéndose entre las nubes. Se escucharon
instrumentos celestiales que hacían sonar una música muy dulce, llenando el cielo con
sus sonidos y una brisa fresca sopló entre ellos empapando el aire con perfumes y aromas
de mil flores celestiales. La Tierra estaba tranquila y complacida. Los corazones de todos
fueron inundados por una extraña paz cuando el alma de Bhishma emprendió su viaje
hacia los cielos.
Colocaron su cuerpo junto con todas las flechas alojadas en él encima de una pira
hecha de madera de sándalo y luego Yudhisthira y Vidura envolvieron el cuerpo de
aquel gran hombre en sedas y flores. Yuyutsu sostenía la blanca sombrilla real sobre
el féretro. La comitiva funeraria fue espléndida y solemne, los brahmanes cantaban
incesantemente himnos del Sama Veda. Por fin Dhritarashtra prendió fuego a la pira y
Yudhisthira junto a sus hermanos, además de Vidura y Dhritarashtra, permanecieron en
pie a la derecha de la pira.