Page 16 - Pacto de silencio
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para  entenderse  allí,  o  no  existe  —como  afirma—,  y  en  este  supuesto  la  segunda
           parte de la respuesta no tiene sentido aquí. Lo mismo vale para el director del CESID:
           o han seguido la pista de lo que pasó aquí en la primavera de 1981, y lo que han
           averiguado lo comunican únicamente a quienes empuñan las riendas del gobierno de

           la nación, o nunca se han mojado en estas aguas, y en tal caso la segunda parte de su
           explicación también está fuera de lugar.
               Desde luego, ninguna de estas desalentadoras advertencias va a impedir que yo
           escriba  las  páginas  que  van  a  seguir.  La  ridiculización  pública  es  algo  que  tengo

           superado desde hace muchísimo tiempo.
               Digo  esto  porque  la  espada  de  la  ridiculización  pende  efectivamente  sobre  las
           cabezas de aquellos que se atreven a opinar que el síndrome tóxico de la primavera de
           1981 en España no fue causado por el aceite de colza desnaturalizado. Pero mientras

           existan pruebas que demuestran que este aceite nunca pudo haber desencadenado la
           mencionada catástrofe, y mientras exista la mínima sospecha de que el origen pueda
           buscarse no ya en un accidente casual, sino acaso incluso en un accidente provocado,
           pienso que tenemos la obligación de seguir el hilo hasta su final.

               También  es  producto  de  laboratorio  el  virus  de  inmunodeficiencia  humana,
           definido como agente desestabilizador ideal de guerra biológica en el contexto de una
           guerra  irregular,  si  bien  acaso  ni  una  ni  otra  epidemia  haya  sido  activada  por  el
           bloque que aparece como aparente foco de las mismas.

               ¿Que  el  hombre  civilizado  no  es  capaz  de  semejantes  barbaries?  Ya  apunté
           algunas  pinceladas  anteriormente.  Pero  conviene  aportar  unos  cuantos  botones  de
           muestra  más,  antes  de  abordar  ya  con  mente  mínimamente  informada  el
           rompecabezas del síndrome tóxico español.

               «¿No se podría difundir la peste entre los indios? Debemos aprovechar todos los
           medios a nuestro alcance para exterminar a esta repugnante raza». La bombilla de la
           peste como arma se le encendió al general Jeffrey Amherst en carta que envió en

           junio de 1763 al coronel Henry Bouquet, que se hallaba a la sazón asediado por los
           indios en su fuerte de Pitt, durante la sublevación de Pontiac. La luz de esta bombilla
           fue recibida en el fuerte como una orden de su superior por el mencionado coronel,
           quien se las apañó para colocar en terreno ocupado por los indios frazadas infectadas
           con bacilos de la peste. La epidemia subsiguiente diezmó a la población indígena.

               Aplicando esta fecha, los Estados Unidos llevan un bagaje de 225 años de ensayo
           y uso del arma biológica.
               Cuba  viene  siendo  campo  de  experimentación  y  exterminio  para  los

           norteamericanos desde que, a finales de los 50, cuajó definitivamente la revolución
           castrista. En 1980 fue introducida la fiebre del dengue ya mencionada, con la que
           también  hizo  su  aparición  la  conjuntivitis  hemorrágica.  Desde  bastante  antes,  sin
           embargo,  los  servicios  secretos  norteamericanos  vienen  efectuando  estudios
           detallados y sistemáticos de la situación alimenticia en Cuba. Y no precisamente en el

           marco de un profundo estudio de mercado, sino para seleccionar la mejor diana para



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