Page 191 - El judío internacional
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Como la escena y la cinematografía yanqui sucumbieron al espíritu mercantil y antiartístico hebreo,
                  así el comercio de la "música popular" se convirtió en una industria netamente judía. Sus
                  eminencias son, en su mayoría, israelitas rusos, cuyo pasado suele ser tan discutido como el de
                  algunos empresarios.

                  Ya no canta el pueblo lo que le agrada, sino lo que los "grandes cañones" le brindan con monótona
                  repetición  en los music-halls, basta que la ingenua juventud empiece a tararearlo por las calles.
                  Son estos "cañones" los agentes a jornal de las fabricas judías de canciones. Metálico, y no valor
                  intrínseco, decide de la popularidad de esa música de irracionales conocida bajo el nombre de
                  "jazz".

                  Ni siquiera en este negocio fabril musical demostraron los hebreos originalidad alguna, sino cierta
                  facultad a los sumo para amoldarse, por no decir copiar (designación que implica una cortesía
                  frente a lo que en realidad es: un robo intelectual). El judío no tiene facultades creadoras, sino que
                  se adueña de lo que otros crearon, le da cierta apariencia y lo troca en negocio. Tomaron las
                  antiguas colecciones de aires populares, melodías de opera y cuplés, y cuando nos dedicamos a
                  examinar detenidamente los últimos cuplés de moda hallamos en ellos melodías y motivos de
                  pasadas generaciones, mezclados con un poco de jazz, que, unidos a sentimientos sensualmente
                  embrutecidos son lanzados al publico.

                  Se estigmatiza como "beata" la música no judía, y se escucha únicamente en la buena sociedad. El
                  pueblo, la masa, se nutre espiritualmente con música salvaje, que irrumpe en oleadas turbias desde
                  el callejón de los Cencerros, que así se llama la calle en que viven la mayor parte de las casas
                  editoriales judías de música.

                  El primer intento de "mercantilizar" los aires populares lo realizo Julio Wittmark, antiguo cantante
                  de baladas. Le sucedieron numerosos judíos de Este neoyorquino, muchos de los cuales amasaron
                  fortunas al explotar el gusto popular que ellos mismos habían depravado primeramente. Uno de los
                  que más éxitos consiguieron, fué Irwing Berlin, cuyo nombre real era el de Isidor Berliner, siendo
                  oriundo de Rusia.

                  Los comerciantes judíos poseen un sistema especial para echar por tierra el buen gusto: el de
                  suministrar idéntica melodía con dos o tres textos diferentes. Dan por un lado el texto con el que se
                  vende la canción en los negocios a personas entupidas que se pasan el día repitiendo el imbécil
                  canturreo salvaje y que gustan de estar en posesión del "dernier cri". Estas canciones son malas de
                  por si. Pero después viene el texto número 2, que "avanza un poco más", y finalmente el texto
                  numero 3, que "llega a fondo". Los jóvenes de las capitales suelen conocer gradualmente los textos
                  numero 2 y 3, y hasta se ofrecen casos de que las niñas de la buena sociedad los conocieran.

                  No debe despreciarse tampoco la diabólica socarronería que crea una atmósfera inmunda en todas
                  las capas sociales. Se unen en ella cálculos malsanos con endemoniada malignidad. El río sigue
                  corriendo, se torna cada vez mas turbio, denigra al público no-judío y acrecienta las riquezas
                  hebreas.

                  Mas todo esto ha de tener un fin. ¿Por que no vamos hacia el? Debería ser el punto de ataque la
                  causa, no el efecto. Carece de sentido común vituperar a las gentes. Déjese circular libremente el
                  alcohol, y tendremos un pueblo de borrachos. Sucumbirían también a otros narcóticos, si pudieran
                  venderse con tanta libertad como los productos de la industria hebrea de la música popular. Seria
                  torpe acusar en tales casos a las víctimas, el sentido común exige responsabilidad a los induc ores. t
                  La fuente del derrumbe moral de nuestros pueblos es precisamente el grupo de mercachifles de
                  música hebreos que domina todo este mercado.








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