Page 47 - El judío internacional
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preguntas hallan respuesta en los Protocolos. Sea quien fuese el autor, hay que dejar constancia de
                  que poseía profundos conocimientos de psicología humana, de Historia y de alta política, que
                  extrañan, pero que también infunden pavor contra quienes van dirigidos. Ni un demente, ni un
                  criminal internacional podría ser nunca el autor de esta obra, sino que con mayor probabilidad debe
                  serlo un individuo de clara inteligencia y dominado por un fanático amor hacia su pueblo y hacia su
                  fue, si es que realmente fue solo uno el autor de estas múltiples sentencias. Refleja esta obra una
                  realidad por demás terrible para poder ser una ficción fantástica; sus ideas están basadas
                  demasiado en realidades para poder ser elucubraciones, y su conocimiento es harto profundo para
                  que pueda emanar de un engaño.

                  Se fundan los ataques hebreos contra la obra, especialmente en el hecho de que provenga el libro
                  de Rusia. Esto no es verdad. Llegó hasta nosotros pasando por Rusia. Los Protocolos estaban
                  incluidos de un libro editado en 1905 por el profesor ruso Nilus, el cual trató de ampliar los
                  Protocolos a raíz de los acontecimientos que en aquel entonces tuvieron por teatro a Rusia. Esta
                  forma de publicación y sus comentarios otorgaron al libro el carácter de ruso, que hábilmente
                  aprovecharon los portavoces hebreos en Inglaterra y Estados Unidos, desde la vieja propaganda
                  judía en países anglosajones había, desde largo tiempo, logrado inculcar a nuestros pueblos una
                  idea muy particular con respecto a todo lo referente a Rusia y su pueblo. Uno de los burdos
                  engaños con que se falseo la opinión pública mundial es lo que dijeron y escribieron los agentes
                  judíos sobre el carácter del legítimo pueblo ruso. La suposición de que los Protocolos sean de
                  origen ruso no tiene otro objetivo que el de tornarlos inverosímiles.

                  La estructura interna de los Protocolos demuestra nítidamente que estos no fueron escritos por un
                  autor ruso ni siquiera que se redactaron en idioma ruso, ni bajo la influencia de acontecimientos
                  rusos, y si únicamente hallaron primero su camino en Rusia, donde por primera vez se publicaron.
                  Fueron estos conocidos en forma de manuscritos por los diplomáticos de todo el mundo. Allí donde
                  el poder judío fue lo suficientemente fuerte, los suprimió hasta por los más violentos medios.

                  Empero, su dilatada experiencia invita a reflexionar. La explican los portavoces judíos diciendo que
                  los Protocolos excitan al antisemitismo, y que con tal fin se les conserva. Pero resulta ahora que en
                  Estados Unidos no existía un antisemitismo tan vasto, ni tan profundo, que se hubiese podido
                  ampliar y ahondar con los Protocolos. La divulgación de esta en Norteamérica, solo puede
                  explicarse por el hecho de que vienen a arrojar viva luz sobre los acontecimientos ya observados,
                  concediéndoles mayor importancia, acontecimientos que son a su vez tan importantes y
                  característicos que vuelven a proporcionar una importancia mayor a estos documentos
                  indocumentados de por si. Las mentiras burdas no suelen tener larga vida. Los Protocolos
                  penetraron ahora en lugares muchos mas elevados que nunca, y por fin obligaron a precisar puntos
                  de vista frente a ellos.

                  Estos Protocolos no serian más valiosos ni más interesantes, porque llevasen el nombre de Herzl
                  como autor. Su anónima clandestinidad no menoscaba su valor en la misma proporción que la
                  omisión de una rubrica podría desvalorar una obra artística de reconocido mérito. Es preferible que
                  la fuente de que los Protocolos brotaron quede ignorada. Aun cuando se supiese exactamente que
                  alrededor del año 1896, en Francia o en Suiza, un núcleo de judíos internacionales reunido en
                  conferencia hubiese trazado un programa de dominio mundial, fácil seria demostrar que dicho
                  programa no fue sino un simple capricho, salvo que hubiera sido cimentado y apoyado por
                  considerables esfuerzos para su realización. De que los Protocolos constituyen un programa, lo
                  dicen los propios Protocolos. Pero ¿qué seria al fin de cuantas más valioso para su manifestación
                  exterior: una, seis, veinte firmas rubricadas, o durante 27 años una ininterrumpida cadena de
                  insólitos esfuerzos para realizar aquel programa?

                  De interés primordial para nosotros, no se trata de si un "criminal o loco" redactó aquel programa,
                  sino de que este, una vez redactado, hallara los medios conducentes para realizarse, por lo menos







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