Page 96 - El judío internacional
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al librearse finalmente la batalla de Waterloo, no hubo nadie mas interesado en su éxito que el.
                  Nathan fue un hombre temeroso de la sangre; personalmente cobarde, el menor indicio de
                  violencia le hacia temblar; mas su interés material en el éxito de esta batalla, de la que dependían
                  su vida y su fortuna, prevaleció tanto, que fue a Bélgica, siguió al ejercito inglés, y al comenzar la
                  batalla se oculto en un lugar al amparo de las balas cerca de Hougemont, desde donde observo con
                  gran interés los sucesos de la jornada. En el preciso instante de reunir Napoleón sus ultimas
                  reservas para un ultimo ataque desesperado, quedo fijado el juicio de Rothschild, quien mas tarde
                  dijo haber exclamado: "La casa Rothschild gano la batalla". Abandono al punto el campo de batalla,
                  monto a caballo y volvió a Bruselas, sin decir una sola palabra al publico que curioso le observaba.
                  Alquilo otro caballo a un precio exorbitante y galopo hacia Ostende. Reinaba allí tal temporal, que
                  ningún barco se atrevió a efectuar la travesía a Inglaterra. Rothschild, en otras oportunidades tan
                  cobarde ante el mas pequeño riesgo, olvido todo su miedo ante la perspectiva de sus posibles
                  jugadas en la Bolsa londinense. Ofreció 500, después 800 y finalmente 1.000 francos por la
                  travesía. Nadie oso realizarla. Por fin presentóse un hombre diciendo que lo intentaría su Rothschild
                  depositaba 2.000 francos en manos de su mujer. Medio muertos llegaron ambos a la costa inglesa;
                  pero sin perder un segundo encargo Rothschild un correo expreso y partió para Londres, en cuyo
                  viaje no se economizaron ni látigo ni espuelas. No existían en aquel entonces ni telégrafos, ni
                  servicios rápidos. Inglaterra toda estaba consternada, rumores pesimistas circulaban por doquier.
                  En la mañana del 20 de junio de 1815, al aparecer Nathan Rothschild en su puesto habitual de la
                  Bolsa londinense, no sabia Inglaterra nada de lo que el conocía. Estaba pálido y desencajado. Su
                  deplorable aspecto hizo suponer a otros bolsistas que tenía malas noticias de la guerra. Después se
                  observo que tranquilamente iba vendiendo sus títulos. ¡Cómo! - ¿Rothschild vendía? - Bajaron
                  catastróficamente las cotizaciones, un pánico enorme se adueño de los bolsistas, el mercado se
                  inundo de títulos del Estado, y todo cuanto se ofrecía ¡lo compraron los agentes secretos de
                  Rothschild! Ello ocurrió el día 20 y también el 21. Al cerrar la Bolsa el segundo día, estaban las
                  arcas de Rothschild desbordantes de títulos de la Deuda. En la tarde de ese segundo día llego un
                  correo expreso a Londres con la noticia de que Wellington había ganado la batalla y de que
                  Napoleón huía hacia el Sur. Pero Nathan Rothschild había ganado 40 millones, y aquellos a los que
                  el había comprado poseían por lo menos otro tanto, y solo a consecuencia de una noticia fresca.

                  Entendidos de Wall Street, en Nueva York, dejan entrever a veces, que también en el transcurso de
                  los años 1914 a 1918, personas de la raza de Rothschild supieron apreciar, y con igual éxito la
                  ventaja de poseer una noticia de actualidad, así como también algunos de sus testaferros no-
                  judíos.

                  Al margen de la importancia típica que involucra esta historia de Nathan Rothschild, es muy
                  característico también el hecho de que los hebreos, si bien sienten avidez por las noticias, no son,
                  en cambio, sus publicistas. Los hebreos aprovecharon siempre las noticias en su propio interés,
                  mas no las divulgaron. Si hubiese dependido de la influencia judía, jamás se hubiese desarrollado
                  una gran prensa publicista. Únicamente por carecer Francia de una prensa de provincia, fue posible
                  la revolución en Paris. La masa del pueblo quedo absolutamente a oscuras sobre lo que ocurría en
                  la capital.

                  La misma población de Paris no se entero de la caída de la Bastilla hasta el día siguiente. Allí donde
                  faltan medios de publicidad, se adueñan fácilmente las minorías del poder, como lo prueba también
                  en forma evidente la revolución judío-bolchevique en Rusia.

                  Uno de los más peligrosos hechos en el desarrollo de nuestra era actual es la desconfianza del gran
                  público hacia la prensa. Si fuese un día necesario divulgar rápidamente noticias veraces y
                  orientadoras entre la gran masa del pueblo para defender y concertar en una sola acción común los
                  intereses de la nación, esta se vería en un estado de deplorable inseguridad en tanto subsistiera
                  este estado de general desconfianza. Aunque por otras razones no fuera, la suprema de amparar al
                  pueblo contra el libre albedrío de cualquier minoría por medio de una prensa verdaderamente libre,







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