Page 207 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO XLVIII
      Todos  esperaban  carta  del  señor  Bennet  a  la  mañana  siguiente;  pero  llegó  el
      correo y no trajo ni una línea suya. Su familia sabía que no era muy aficionado a
      escribir, pero en aquella ocasión creían que bien podía hacer una excepción. Se
      vieron, por tanto, obligados a suponer que no había buenas noticias; pero incluso
      en  ese  caso,  preferían  tener  la  certeza.  El  señor  Gardiner  esperó  sólo  a  que
      llegase el correo y se marchó.
        Cuando  se  fue  todos  se  quedaron  con  la  seguridad  de  que  así,  al  menos
      tendrían  constante  información  de  lo  que  ocurriese.  El  señor  Gardiner  les
      prometió persuadir al señor Bennet de que regresara a Longbourn cuanto antes
      para consuelo de su esposa, que consideraba su vuelta como única garantía de
      que no moriría en el duelo.
        La  señora  Gardiner  y  sus  hijos  permanecerían  en  Hertfordshire  unos  días
      más, pues ésta creía que su presencia sería útil a sus sobrinas. Las ayudaba a
      cuidar a la señora Bennet y les servía de gran alivio en sus horas libres. Su otra tía
      las  visitaba  a  menudo  con  el  fin,  según  decía,  de  darles  ánimos;  pero  como
      siempre  les  contaba  algún  nuevo  ejemplo  de  los  despilfarros  y  de  la  falta  de
      escrúpulos  de  Wickham,  rara  vez  se  marchaba  sin  dejarlas  aún  más
      descorazonadas.
        Todo Meryton se empeñaba en desacreditar al hombre que sólo tres meses
      antes había sido considerado como un ángel de luz. Se decía que debía dinero en
      todos  los  comercios  de  la  ciudad,  y  sus  intrigas,  honradas  con  el  nombre  de
      seducciones,  se  extendían  a  todas  las  familias  de  los  comerciantes.  Todo  el
      mundo afirmaba que era el joven más perverso del mundo, y empezaron a decir
      que siempre habían desconfiado de su aparente bondad. Elizabeth, a pesar de no
      dar crédito ni a la mitad de lo que murmuraban, creía lo bastante para afianzar su
      previa creencia en la ruina de su hermana, y hasta Jane comenzó a perder las
      esperanzas,  especialmente  cuando  llegó  el  momento  en  que,  de  haber  ido  a
      Escocia, se habrían recibido ya noticias suyas.
        El señor Gardiner salió de Longbourn el domingo y el martes tuvo carta su
      mujer. Le decía que a su llegada había ido en seguida en busca de su cuñado y se
      lo  había  llevado  a  Gracechurch  Street;  que  el  señor  Bennet  había  estado  en
      Epsom y en Clapham, pero sin ningún resultado, y que ahora quería preguntar en
      todas las principales hosterías de la ciudad, pues creía posible que se hubiesen
      albergado  en  una  de  ellas  a  su  llegada  a  Londres,  antes  de  procurarse  otro
      alojamiento. El señor Gardiner opinaba que esta tentativa era inútil, pero como su
      cuñado estaba empeñado en llevarla a cabo, le ayudaría. Añadía que el señor
      Bennet se negaba a irse de Londres, y prometía escribir en breve. En una posdata
      decía lo siguiente:
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