Page 202 - Libro Orgullo y Prejuicio
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habrás tenido que pasar! Pero Jane aseguró que estaba muy bien. Mientras tanto,
      los  señores  Gardiner,  que  habían  estado  ocupados  con  sus  hijos,  llegaron  y
      pusieron fin a la conversación de las dos hermanas. Jane corrió hacia sus tíos y
      les dio la bienvenida y las gracias entre lágrimas y sonrisas.
        Una  vez  reunidos  en  el  salón,  las  preguntas  hechas  por  Elizabeth  fueron
      repetidas por los otros, y vieron que la pobre Jane no tenía ninguna novedad. Pero
      su ardiente confianza en que todo acabaría bien no la había abandonado; todavía
      esperaba  que  una  de  esas  mañanas  llegaría  una  carta  de  Lydia  o  de  su  padre
      explicando los sucesos y anunciando quizá el casamiento.
        La  señora  Bennet,  a  cuya  habitación  subieron  todos  después  de  su  breve
      conversación, les recibió como era de suponer: con lágrimas y lamentaciones,
      improperios  contra  la  villana  conducta  de  Wickham  y  quejas  por  sus  propios
      sufrimientos,  echándole  la  culpa  a  todo  el  mundo  menos  a  quien,  por  su
      tolerancia y poco juicio, se debían principalmente los errores de su hija.
        —Si hubiera podido —decía— realizar mi proyecto de ir a Brighton con toda
      mi  familia,  eso  no  habría  ocurrido;  pero  la  pobre  Lydia  no  tuvo  a  nadie  que
      cuidase  de  ella.  Los  Forster  no  tenían  que  haberla  perdido  de  su  vista.  Si  la
      hubiesen vigilado bien, no habría hecho una cosa así, Lydia no es de esa clase de
      chicas.  Siempre  supe  que  los  Forster  eran  muy  poco  indicados  para  hacerse
      cargo de ella, pero a mí no se me hizo caso, como siempre. ¡Pobre niña mía! Y
      ahora Bennet se ha ido y supongo que desafiará a Wickham dondequiera que le
      encuentre, y como morirá en el lance, ¿qué va a ser de nosotras? Los Collins nos
      echarán de aquí antes de que él esté frío en su tumba, y si tú, hermano mío, no
      nos asistes, no sé qué haremos.
        Todos protestaron contra tan terroríficas ideas. El señor Gardiner le aseguró
      que no les faltaría su amparo y dijo que pensaba estar en Londres al día siguiente
      para ayudar al señor Bennet con todo su esfuerzo para encontrar a Lydia.
        —No os alarméis inútilmente —añadió—; aunque bien está prepararse para
      lo  peor,  tampoco  debe  darse  por  seguro.  Todavía  no  hace  una  semana  que
      salieron  de  Brighton.  En  pocos  días  más  averiguaremos  algo;  y  hasta  que  no
      sepamos que no están casados y que no tienen intenciones de estarlo, no demos el
      asunto por perdido. En cuanto llegue a Londres recogeré a mi hermano y me lo
      llevaré a Gracechurch Street; juntos deliberaremos lo que haya que hacer.
        —¡Oh,  querido  hermano  mío!  —exclamó  la  señora  Bennet—.  Ése  es
      justamente  mi  mayor  deseo.  Cuando  llegues  a  Londres,  encuéntralos
      dondequiera que estén, y si no están casados, haz que se casen. No les permitas
      que demoren la boda por el traje de novia, dile a Lydia que tendrá todo el dinero
      que quiera para comprárselo después. Y sobre todo, impide que Bennet se bata
      en  duelo  con  Wickham.  Dile  en  el  horrible  estado  en  que  me  encuentro:
      destrozada,  trastornada,  con  tal  temblor  y  agitación,  tales  convulsiones  en  el
      costado, tales dolores de cabeza y tales palpitaciones que no puedo reposar ni de
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