Page 197 - Libro Orgullo y Prejuicio
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aunque ya sé que no va a serle muy fácil.
Darcy le prometió ser discreto, se condolió de nuevo por la desgracia, le
deseó que el asunto no acabase tan mal como podía esperarse y encargándole
que saludase a sus parientes se despidió sólo con una mirada, muy serio.
Cuando Darcy salió de la habitación, Elizabeth comprendió cuán poco
probable era que volviesen a verse con la cordialidad que había caracterizado sus
encuentros en Derbyshire. Rememoró la historia de sus relaciones con Darcy,
tan llena de contradicciones y de cambios, y apreció la perversidad de los
sentimientos que ahora le hacían desear que aquellas relaciones continuasen,
cuando antes le habían hecho alegrarse de que terminaran.
Si la gratitud o la estima son buenas bases para el afecto, la transformación de
los sentimientos de Elizabeth no parecerá improbable ni condenable. Pero si no es
así, si el interés que nace de esto es menos natural y razonable que el que brota
espontáneamente, como a menudo se describe, del primer encuentro y antes de
haber cambiado dos palabras con el objeto de dicho interés, no podrá decirse en
defensa de Elizabeth más que una cosa: que ensayó con Wickham este sistema y
que los malos resultados que le dio la autorizaban quizás a inclinarse por el otro
método, aunque fuese menos apasionante. Sea como sea, vio salir a Darcy con
gran pesar, y este primer ejemplo de las desgracias que podía ocasionar la
infamia de Lydia aumentó la angustia que le causaba el pensar en aquel
desastroso asunto.
En cuanto leyó la segunda carta de Jane, no creyó que Wickham quisiese
casarse con Lydia. Nadie más que Jane podía tener aquella esperanza. La
sorpresa era el último de sus sentimientos. Al leer la primera carta se asombró de
que Wickham fuera a casarse con una muchacha que no era un buen partido y
no entendía cómo Lydia había podido atraerle. Pero ahora lo veía todo claro.
Lydia era bonita, y aunque no suponía que se hubiese comprometido a fugarse
sin ninguna intención de matrimonio, Elizabeth sabía que ni su virtud ni su buen
juicio podían preservarla de caer como presa fácil.
Mientras el regimiento estuvo en Hertfordshire, jamás notó que Lydia se
sintiese atraída por Wickham; pero estaba convencida de que sólo necesitaba que
le hicieran un poco de caso para enamorarse de cualquiera. Tan pronto le gustaba
un oficial como otro, según las atenciones que éstos le dedicaban. Siempre había
mariposeado, sin ningún objeto fijo. ¡Cómo pagaban ahora el abandono y la
indulgencia en que habían criado a aquella niña!
No veía la hora de estar en casa para ver, oír y estar allí, y compartir con
Jane los cuidados que requería aquella familia tan trastornada, con el padre
ausente y la madre incapaz de ningún esfuerzo y a la que había que atender
constantemente. Aunque estaba casi convencida de que no se podría hacer nada
por Lydia, la ayuda de su tío le parecía de máxima importancia, por lo que hasta
que le vio entrar en la habitación padeció el suplicio de una impaciente espera.