Page 196 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—¡Cuándo  pienso  —añadió  Elizabeth  aún  más  agitada—  que  yo  habría
      podido evitarlo! ¡Yo que sabía quién era Wickham! ¡Si hubiese explicado a mi
      familia sólo una parte, algo de lo que supe de él! Si le hubiesen conocido, esto no
      habría pasado. Pero ya es tarde para todo.
        —Estoy  horrorizado  —exclamó  Darcy—.  ¿Pero  es  cierto,  absolutamente
      cierto?
        —¡Por desgracia! Se fueron de Brighton el domingo por la noche y les han
      seguido las huellas hasta cerca de Londres, pero no más allá; es indudable que no
      han ido a Escocia.
        —¿Y qué se ha hecho, qué han intentado hacer para encontrarla?
        —Mi padre ha ido a Londres y Jane escribe solicitando la inmediata ayuda de
      mi  tío;  espero  que  nos  iremos  dentro  de  media  hora.  Pero  no  se  puede  hacer
      nada, sé que no se puede hacer nada. ¿Cómo convencer a un hombre semejante?
      ¿Cómo  descubrirles?  No  tengo  la  menor  esperanza.  Se  mire  como  se  mire  es
      horrible.
        Darcy asintió con la cabeza en silencio.
        —¡Oh, si cuando abrí los ojos y vi quién era Wickham hubiese hecho lo que
      debía! Pero no me atreví, temí excederme. ¡Qué desdichado error!
        Darcy no contestó. Parecía que ni siquiera la escuchaba; paseaba de un lado
      a otro de la habitación absorto en sus cavilaciones, con el ceño fruncido y el aire
      sombrío. Elizabeth le observó, y al instante lo comprendió todo. La atracción que
      ejercía sobre él se había terminado; todo se había terminado ante aquella prueba
      de la indignidad de su familia y ante la certeza de tan profunda desgracia. Ni le
      extrañaba ni podía culparle. Pero la creencia de que Darcy se había recobrado,
      no consoló su dolor ni atenuó su desesperación. Al contrario, sirvió para que la
      joven  se  diese  cuenta  de  sus  propios  sentimientos,  y  nunca  sintió  tan
      sinceramente  como  en  aquel  momento  que  podía  haberle  amado,  cuando  ya
      todo amor era imposible.
        Pero  ni  esta  consideración  logró  distraerla.  No  pudo  apartar  de  su
      pensamiento a Lydia, ni la humillación y el infortunio en que a todos les había
      sumido. Se cubrió el rostro con un pañuelo y olvidó todo lo demás. Después de un
      silencio  de  varios  minutos,  oyó  la  voz  de  Darcy  que  de  manera  compasiva,
      aunque reservada, le decía:
        —Me  temo  que  desea  que  me  vaya,  y  no  hay  nada  que  disculpe  mi
      presencia; pero me ha movido un verdadero aunque inútil interés. ¡Ojalá pudiese
      decirle o hacer algo que la consolase en semejante desgracia! Pero no quiero
      atormentarla  con  vanos  deseos  que  parecerían  formulados  sólo  para  que  me
      diese  usted  las  gracias.  Creo  que  este  desdichado  asunto  va  a  privar  a  mi
      hermana del gusto de verla a usted hoy en Pemberley.
        —¡Oh, sí! Tenga la bondad de excusarnos ante la señorita Darcy. Dígale que
      cosas  urgentes  nos  reclaman  en  casa  sin  demora.  Ocúltele  la  triste  verdad,
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