Page 191 - Libro Orgullo y Prejuicio
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decepcionada, no volvió a atreverse a aludir a nada relativo a Wickham.
Georgiana se fue recobrando, pero ya se quedó definitivamente callada, sin osar
afrontar las miradas de su hermano. Darcy no se ocupó más de lo sucedido, pero
en vez de apartar su pensamiento de Elizabeth, la insinuación de la señorita
Bingley pareció excitar más aún su pasión.
Después de la pregunta y contestación referidas, la visita no se prolongó
mucho más y mientras Darcy acompañaba a las señoras al coche, la señorita
Bingley se desahogó criticando la conducta y la indumentaria de Elizabeth. Pero
Georgiana no le hizo ningún caso. El interés de su hermano por la señorita Bennet
era más que suficiente para asegurar su beneplácito; su juicio era infalible, y le
había hablado de Elizabeth en tales términos que Georgiana tenía que encontrarla
por fuerza amable y atrayente. Cuando Darcy volvió al salón, la señorita Bingley
no pudo contenerse y tuvo que repetir algo de lo que ya le había dicho a su
hermana:
—¡Qué mal estaba Elizabeth Bennet, señor Darcy! —exclamó—. ¡Qué
cambiada la he encontrado desde el invierno! ¡Qué morena y qué poco fina se
ha puesto! Ni Louisa ni yo la habríamos reconocido.
La observación le hizo a Darcy muy poca gracia, pero se contuvo y contestó
fríamente que no le había notado más variación que la de estar tostada por el sol,
cosa muy natural viajando en verano.
—Por mi parte —prosiguió la señorita Bingley— confieso que nunca me ha
parecido guapa. Tiene la cara demasiado delgada, su color es apagado y sus
facciones no son nada bonitas; su nariz no tiene ningún carácter y no hay nada
notable en sus líneas; tiene unos dientes pasables, pero no son nada fuera de lo
común, y en cuanto a sus ojos tan alabados, yo no veo que tengan nada
extraordinario, miran de un modo penetrante y adusto muy desagradable; y en
todo su aire, en fin, hay tanta pretensión y una falta de buen tono que resulta
intolerable.
Sabiendo como sabía la señorita Bingley que Darcy admiraba a Elizabeth,
ése no era en absoluto el mejor modo de agradarle, pero la gente irritada no
suele actuar con sabiduría; y al ver que lo estaba provocando, ella consiguió el
éxito que esperaba. Sin embargo, él se quedó callado, pero la señorita Bingley
tomó la determinación de hacerle hablar y prosiguió:
—Recuerdo que la primera vez que la vimos en Hertfordshire nos extrañó
que tuviese fama de guapa; y recuerdo especialmente que una noche en que
habían cenado en Netherfield, usted dijo: « ¡Si ella es una belleza, su madre es un
genio!» Pero después pareció que le iba gustando y creo que la llegó a
considerar bonita en algún tiempo.
—Sí —replicó Darcy, sin poder contenerse por más tiempo—, pero eso fue
cuando empecé a conocerla, porque hace ya muchos meses que la considero
como una de las mujeres más bellas que he visto.