Page 195 - Libro Orgullo y Prejuicio
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queridos tíos, que no dudo que accederán. A nuestro tío tengo, además, que
        pedirle otra cosa. Mi padre va a ir a Londres con el coronel Forster para
        ver si la encuentran. No sé qué piensan hacer, pero está tan abatido que no
        podrá tomar las medidas mejores y más expeditivas, y el coronel Forster
        no tiene más remedio que estar en Brighton mañana por la noche. En esta
        situación, los consejos y la asistencia de nuestro tío serían de gran utilidad.
        Él se hará cargo de esto; cuento con su bondad.
        —¿Dónde,  dónde  está  mi  tío?  —exclamó  Elizabeth  alzándose  de  la  silla  en
      cuanto terminó de leer y resuelta a no perder un solo instante; pero al llegar a la
      puerta, un criado la abría y entraba Darcy. El pálido semblante y el ímpetu de
      Elizabeth le asustaron. Antes de que él se hubiese podido recobrar lo suficiente
      para dirigirle la palabra, Elizabeth, que no podía pensar más que en la situación
      de Lydia, exclamó precipitadamente:
        —Perdóneme, pero tengo que dejarle; necesito hablar inmediatamente con el
      señor Gardiner de un asunto que no puede demorarse; no hay tiempo que perder.
        —¡Dios  mío!  ¿De  qué  se  trata?  —preguntó  él  con  más  sentimiento  que
      cortesía; después, reponiéndose, dijo—: No quiero detenerla ni un minuto; pero
      permítame que sea yo el que vaya en busca de los señores Gardiner o mande a
      un criado. Usted no puede ir en esas condiciones.
        Elizabeth dudó; pero le temblaban las rodillas y comprendió que no ganaría
      nada con tratar de alcanzarlos. Por consiguiente, llamó al criado y le encargó que
      trajera sin dilación a sus señores, aunque dio la orden con voz tan apagada que
      casi no se le oía.
        Cuando  el  criado  salió  de  la  estancia,  Elizabeth  se  desplomó  en  una  silla,
      incapaz de sostenerse. Parecía tan descompuesta, que Darcy no pudo dejarla sin
      decirle en tono afectuoso y compasivo:
        —Voy a llamar a su doncella. ¿Qué podría tomar para aliviarse? ¿Un vaso de
      vino? Voy a traérselo. Usted está enferma.
        —No, gracias  —contestó  Elizabeth  tratando de  serenarse—.  No  se  trata de
      nada mío. Yo estoy bien. Lo único que me pasa es que estoy desolada por una
      horrible noticia que acabo de recibir de Longbourn.
        Al decir esto rompió a llorar y estuvo unos minutos sin poder hablar. Darcy,
      afligido y suspenso, no dijo más que algunas vaguedades sobre su interés por ella,
      y luego la observó en silencio. Al fin Elizabeth prosiguió:
        —He  tenido  carta  de  Jane  y  me  da  unas  noticias  espantosas  que  a  nadie
      pueden ocultarse. Mi hermana menor nos ha abandonado, se ha fugado, se ha
      entregado a… Wickham. Los dos se han escapado de Brighton. Usted conoce a
      Wickham demasiado bien para comprender lo que eso significa. Lydia no tiene
      dinero ni nada que a él le haya podido tentar… Está perdida para siempre.
        Darcy se quedó inmóvil de estupor.
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