Page 198 - Libro Orgullo y Prejuicio
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Los señores Gardiner regresaron presurosos y alarmados, creyendo, por lo que
le había contado el criado, que su sobrina se había puesto enferma
repentinamente. Elizabeth les tranquilizó sobre este punto y les comunicó en
seguida la causa de su llamada leyéndoles las dos cartas e insistiendo en la
posdata con trémula energía. Aunque los señores Gardiner nunca habían querido
mucho a Lydia, la noticia les afectó profundamente. La desgracia alcanzaba no
sólo a Lydia, sino a todos. Después de las primeras exclamaciones de sorpresa y
de horror, el señor Gardiner ofreció toda la ayuda que estuviese en su mano.
Elizabeth no esperaba menos y les dio las gracias con lágrimas en los ojos.
Movidos los tres por un mismo espíritu dispusieron todo para el viaje
rápidamente.
—¿Y qué haremos con Pemberley? —preguntó la señora Gardiner—. John
nos ha dicho que el señor Darcy estaba aquí cuando le mandaste a buscarnos. ¿Es
cierto?
—Sí; le dije que no estábamos en disposición de cumplir nuestro compromiso.
Eso ya está arreglado.
—Eso ya está arreglado —repitió la señora Gardiner mientras corría al otro
cuarto a prepararse—. ¿Están en tan estrechas relaciones como para haberle
revelado la verdad? ¡Cómo me gustaría descubrir lo que ha pasado!
Pero su curiosidad era inútil. A lo sumo le sirvió para entretenerse en la prisa
y la confusión de la hora siguiente. Si Elizabeth se hubiese podido estar con los
brazos cruzados, habría creído que una desdichada como ella era incapaz de
cualquier trabajo, pero estaba tan ocupada como su tía y, para colmo, había que
escribir tarjetas a todos los amigos de Lambton para explicarles con falsas
excusas su repentina marcha. En una hora estuvo todo despachado. El señor
Gardiner liquidó mientras tanto la cuenta de la fonda y ya no faltó más que partir.
Después de la tristeza de la mañana, Elizabeth se encontró en menos tiempo del
que había supuesto sentada en el coche y caminó de Longbourn.