Page 200 - Libro Orgullo y Prejuicio
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legítima?
—Así parece —replicó Elizabeth con los ojos llenos de lágrimas—, y es
espantoso tener que dudar de la decencia y de la virtud de una hermana. Pero en
realidad no sé qué decir. Tal vez la juzgo mal, pero es muy joven, nunca se le ha
acostumbrado a pensar en cosas serias, y durante el último medio año, o más
bien durante un año entero, no ha hecho más que correr en pos de las diversiones
y de la vanidad. Se le ha dejado que se entregara al ocio y a la frivolidad y que
no hiciese más que lo que se le antojaba. Desde que la guarnición del condado se
acuarteló en Meryton, no pensó más que en el amor, en el coqueteo y en los
oficiales. Hizo todo lo que pudo para excitar, ¿cómo lo diría?, la susceptibilidad de
sus sentimientos, que ya son lo bastante vivos por naturaleza. Y todos sabemos
que Wickham posee en su persona y en su trato todos los encantos que pueden
cautivar a una mujer.
—Pero ya ves —insistió su tía— que tu hermana no cree a Wickham capaz
de tal atentado.
—Jane nunca cree nada malo de nadie. Y mucho menos tratándose de una
cosa así, hasta que no se lo hayan demostrado. Pero Jane sabe tan bien como yo
quién es Wickham. Las dos sabemos que es un libertino en toda la extensión de la
palabra, que carece de integridad y de honor y que es tan falso y engañoso como
atractivo.
—¿Estás segura? —preguntó la señora Gardiner que ardía en deseos de
conocer la fuente de información de su sobrina.
—Segurísima —replicó Elizabeth, sonrojándose—. Ya te hablé el otro día de
su infame conducta con el señor Darcy, y tú misma oíste la última vez en
Longbourn de qué manera hablaba del hombre que con tanta indulgencia y
generosidad le ha tratado. Y aún hay otra circunstancia que no estoy
autorizada… que no vale la pena contar. Lo cierto es que sus embustes sobre la
familia de Pemberley no tienen fin. Por lo que nos había dicho de la señorita
Darcy, yo creí que sería una muchacha altiva, reservada y antipática. Sin
embargo, él sabía que era todo lo contrario. Él debe saber muy bien, como
nosotros hemos comprobado, cuán afectuosa y sencilla es.
—¿Y Lydia no está enterada de nada de eso? ¿Cómo ignora lo que Jane y tú
sabéis?
—Tienes razón. Hasta que estuve en Kent y traté al señor Darcy y a su primo
el coronel Fitzwilliam, yo tampoco lo supe. Cuando llegué a mi casa, la
guarnición del condado iba a salir de Meryton dentro de tres semanas, de modo
que ni Jane, a quien informé de todo, ni yo creímos necesario divulgarlo; porque
¿qué utilidad tendría que echásemos a perder la buena opinión que tenían de él en
Hertfordshire? Y cuando se decidió que Lydia iría con los señores Forster a
Brighton, jamás se me ocurrió descubrirle la verdadera personalidad de
Wickham, pues no me pasó por la cabeza que corriera ningún peligro de ese tipo.