Page 203 - Libro Orgullo y Prejuicio
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día ni de noche. Y dile a mi querida Lydia que no encargue sus trajes hasta que
me haya visto, pues ella no sabe cuáles son los mejores almacenes. ¡Oh,
hermano! ¡Qué bueno eres! Sé que tú lo arreglarás todo.
El señor Gardiner le repitió que haría todo lo que pudiera y le recomendó que
moderase sus esperanzas y sus temores. Conversó con ella de este modo hasta
que la comida estuvo en la mesa, y la dejó que se desahogase con el ama de
llaves que la asistía en ausencia de sus hijas.
Aunque su hermano y su cuñada estaban convencidos de que no había motivo
para que no bajara a comer, no se atrevieron a pedirle que se sentara con ellos a
la mesa, porque temían su imprudencia delante de los criados y creyeron
preferible que sólo una de ellas, en la que más podían confiar, se enterase de sus
cuitas.
En el comedor aparecieron Mary y Catherine que habían estado demasiado
ocupadas en sus habitaciones para presentarse antes. La una acababa de dejar
sus libros y la otra su tocador. Pero tanto la una como la otra estaban muy
tranquilas y no parecían alteradas. Sólo la segunda tenía un acento más colérico
que de costumbre, sea por la pérdida de la hermana favorita o por la rabia de no
hallarse ella en su lugar. Poco después de sentarse a la mesa, Mary, muy segura
de sí misma, cuchicheó con Elizabeth con aires de gravedad en su reflexión:
Es un asunto muy desdichado y probablemente será muy comentado; pero
hemos de sobreponernos a la oleada de la malicia y derramar sobre nuestros
pechos heridos el bálsamo del consuelo fraternal.
Al llegar aquí notó que Elizabeth no tenía ganas de contestar, y añadió:
—Aunque sea una desgracia para Lydia, para nosotras puede ser una lección
provechosa: la pérdida de la virtud en la mujer es irreparable; un solo paso en
falso lleva en sí la ruina final; su reputación no es menos frágil que su belleza, y
nunca será lo bastante cautelosa en su comportamiento hacia las indignidades del
otro sexo.
Elizabeth, atónita, alzó los ojos, pero estaba demasiado angustiada para
responder. Mary continuó consolándose con moralejas por el estilo extraídas del
infortunio que tenían ante ellos.
Por la tarde las dos hijas mayores de los Bennet pudieron estar solas durante
media hora, y Elizabeth aprovechó al instante la oportunidad para hacer algunas
preguntas que Jane tenía igual deseo de contestar.
Después de lamentarse juntas de las terribles consecuencias del suceso, que
Elizabeth daba por ciertas y que la otra no podía asegurar que fuesen imposibles,
la primera dijo:
Cuéntame todo lo que yo no sepa. Dame más detalles. ¿Qué dijo el coronel
Forster? ¿No tenía ninguna sospecha de la fuga? Debían verlos siempre juntos.
—El coronel Forster confesó que alguna vez notó algún interés, especialmente
por parte de Lydia, pero no vio nada que le alarmase. Me da pena de él. Estuvo