Page 210 - Libro Orgullo y Prejuicio
P. 210

alimentado  de  que  recibirían  una  carta  de  él  al  llegar  a  Longbourn,  se  había
      quedado en nada. Desde su llegada, Elizabeth no había tenido ninguna carta de
      Pemberley.
        El  desdichado  estado  de  toda  la  familia  hacía  innecesaria  cualquier  otra
      excusa  para  explicar  el  abatimiento  de  Elizabeth;  nada,  por  lo  tanto,  podía
      conjeturarse sobre aquello, aunque a Elizabeth, que por aquel entonces sabía a
      qué atenerse acerca de sus sentimientos, le constaba que, a no ser por Darcy,
      habría soportado mejor sus temores por la deshonra de Lydia. Se habría ahorrado
      una o dos noches de no dormir.
        El señor Bennet llegó con su acostumbrado aspecto de filósofo. Habló poco,
      como siempre; no dijo nada del motivo que le había impulsado a regresar, y pasó
      algún tiempo antes de que sus hijas tuvieran el valor de hablar del tema.
        Por la tarde, cuando se reunió con ellas a la hora del té, Elizabeth se aventuró
      a tocar la cuestión; expresó en pocas palabras su pena por lo que su padre debía
      haber sufrido, y éste contestó:
        —Déjate. ¿Quién iba a sufrir sino yo? Ha sido por mi culpa y está bien que lo
      pague.
        —No seas tan severo contigo mismo replicó Elizabeth.
        —No hay contemplaciones que valgan en males tan grandes. La naturaleza
      humana es demasiado propensa a recurrir a ellas. No, Lizzy; deja que una vez en
      la vida me dé cuenta de lo mal que he obrado. No voy a morir de la impresión;
      se me pasará bastante pronto.
        —¿Crees que están en Londres?
        —Sí; ¿dónde, si no podrían estar tan bien escondidos?
        —¡Y Lydia siempre deseó tanto ir a Londres! —añadió Catherine.
        —Entonces debe de ser feliz —dijo su padre fríamente— y no saldrá de allí
      en mucho tiempo. Después de un corto silencio, prosiguió:
        Lizzy, no me guardes rencor por no haber seguido tus consejos del pasado
      mayo; lo ocurrido demuestra que eran acertados.
        En ese momento fueron interrumpidos por Jane que venía a buscar el té para
      su madre.
        —¡Mira qué bien! —exclamó el señor Bennet—. ¡Eso presta cierta elegancia
      al infortunio! Otro día haré yo lo mismo: me quedaré en la biblioteca con mi
      gorro de dormir y mi batín y os daré todo el trabajo que pueda, o acaso lo deje
      para cuando se escape Catherine…
        —¡Yo no voy a escaparme, papá! —gritó Catherine furiosa—. Si yo hubiese
      ido a Brighton, me habría portado mejor que Lydia.
        —¡Tú  a  Brighton!  ¡No  me  fiaría  de  ti  ni  que  fueras  nada  más  que  a  la
      esquina! No, Catherine. Por fin he aprendido a ser cauto, y tú lo has de sentir. No
      volverá  a  entrar  en  esta  casa  un  oficial  aunque  vaya  de  camino.  Los  bailes
      quedarán absolutamente prohibidos, a menos que os acompañe una de vuestras
   205   206   207   208   209   210   211   212   213   214   215