Page 215 - Libro Orgullo y Prejuicio
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el tiempo nos harán olvidar su pasada imprudencia:
        —Se han portado de tal forma —replicó Elizabeth— que ni tú; ni yo, ni nadie
      podrá olvidarla nunca. Es inútil hablar de eso.
        Se les ocurrió entonces a las muchachas que su madre ignoraba por completo
      todo aquello. Fueron a la biblioteca y le preguntaron a su padre si quería que se lo
      dijeran.  El  señor  Bennet  estaba  escribiendo  y  sin  levantar  la  cabeza  contestó
      fríamente:
        —Como gustéis.
        —¿Podemos enseñarle la carta de tío Gardiner?
        —Enseñadle lo que queráis y largaos.
        Elizabeth cogió la carta de encima del escritorio y las dos hermanas subieron
      a la habitación de su madre. Mary y Catherine estaban con la señora Bennet, y,
      por  lo  tanto,  tenían  que  enterarse  también.  Después  de  una  ligera  preparación
      para las buenas nuevas, se leyó la carta en voz alta. La señora Bennet apenas
      pudo contenerse, y en cuanto Jane llegó a las esperanzas del señor Gardiner de
      que Lydia estaría pronto casada, estalló su gozo, y todas las frases siguientes lo
      aumentaron. El júbilo le producía ahora una exaltación que la angustia y el pesar
      no le habían ocasionado. Lo principal era que su hija se casase; el temor de que
      no fuera feliz no le preocupó lo más mínimo, no la humilló el pensar en su mal
      proceder.
        —¡Mi querida, mi adorada Lydia! —exclamó—. ¡Es estupendo! ¡Se casará!
      ¡La volveré a ver! ¡Casada a los dieciséis años! ¡Oh, qué bueno y cariñoso eres,
      hermano mío! ¡Ya sabía yo que había de ser así, que todo se arreglaría! ¡Qué
      ganas tengo de verla, y también al querido Wickham! ¿Pero, y los vestidos? ¿Y el
      traje  de  novia?  Voy  a  escribirle  ahora  mismo  a  mi  cuñada  para  eso.  Lizzy,
      querida  mía,  corre  a  ver  a  tu  padre  y  pregúntale  cuánto  va  a  darle.  Espera,
      espera, iré yo misma. Toca la campanilla, Catherine, para que venga Hill. Me
      vestiré en un momento. ¡Mi querida, mi Lydia de mi alma! ¡Qué contentas nos
      pondremos las dos al vernos!
        La hermana mayor trató de moderar un poco la violencia de su exaltación y
      de hacer pensar a su madre en las obligaciones que el comportamiento del señor
      Gardiner les imponía a todos.
        —Pues hemos de atribuir este feliz desenlace —añadió— a su generosidad.
      Estamos convencidos de que ha socorrido a Wickham con su dinero.
        —Bueno —exclamó la madre—, es muy natural. ¿Quién lo había de hacer,
      más que tu tío? Si no hubiese tenido hijos, habríamos heredado su fortuna, ya lo
      sabéis, y ésta es la primera vez que hace algo por nosotros, aparte de unos pocos
      regalos.  ¡Qué  feliz  soy!  Dentro  de  poco  tendré  una  hija  casada:  ¡la  señora
      Wickham!  ¡Qué  bien  suena!  Y  cumplió  sólo  dieciséis  años  el  pasado  junio.
      Querida Jane, estoy tan emocionada que no podré escribir; así que yo dictaré y
      tú escribirás por mí. Después determinaremos con tu padre lo relativo al dinero,
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