Page 217 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO L
      Anteriormente, el señor Bennet había querido muchas veces ahorrar una cierta
      cantidad  anual  para  mejorar  el  caudal  de  sus  hijas  y  de  su  mujer,  si  ésta  le
      sobrevivía,  en  vez  de  gastar  todos  sus  ingresos.  Y  ahora  se  arrepentía  de  no
      haberlo hecho. Esto le habría evitado a Lydia endeudarse con su tío por todo lo
      que  ahora  tenía  que  hacer  por  ella  tanto  en  lo  referente  a  la  honra  como  al
      dinero. Habría podido darse, además, el gusto de tentar a cualquiera de los más
      brillantes jóvenes de Gran Bretaña a casarse con ella.
        Estaba seriamente consternado de que por un asunto que tan pocas ventajas
      ofrecía  para  nadie,  su  cuñado  tuviese  que  hacer  tantos  sacrificios,  y  quería
      averiguar el importe de su donativo a fin de devolvérselo cuando le fuese posible.
        En los primeros tiempos del matrimonio del señor Bennet, se consideró que
      no había ninguna necesidad de hacer economía, pues se daba por descontado que
      nacería  un  hijo  varón  y  que  éste  heredaría  la  hacienda  al  llegar  a  la  edad
      conveniente, con lo que la viuda y las hijas quedarían aseguradas. Pero vinieron
      al mundo sucesivamente cinco hijas y el varón no aparecía. Años después del
      nacimiento de Lydia, la señora Bennet creía aún que llegaría el heredero, pero al
      fin se dio ya por vencida. Ahora era demasiado tarde para ahorrar: la señora
      Bennet no tenía ninguna aptitud para la economía y el amor de su marido a la
      independencia fue lo único que impidió que se excediesen en sus gastos.
        En las capitulaciones matrimoniales había cinco mil libras aseguradas para la
      señora  Bennet  y  sus  hijas;  pero  la  distribución  dependía  de  la  voluntad  de  los
      padres.  Por  fin  este  punto  iba  a  decidirse  en  lo  referente  a  Lydia,  y  el  señor
      Bennet no vaciló en acceder a lo propuesto. En términos de gratitud por la bondad
      de  su  cuñado,  aunque  expresados  muy  concisamente,  confió  al  papel  su
      aprobación a todo lo hecho y su deseo de cumplir los compromisos contraídos en
      su nombre. Nunca hubiera creído que Wickham consintiese en casarse con Lydia
      a costa de tan pocos inconvenientes como los que resultaban de aquel arreglo.
      Diez  libras  anuales  era  lo  máximo  que  iba  a  perder  al  dar  las  cien  que  debía
      entregarles, pues entre los gastos ordinarios fijos, el dinero suelto que le daba a
      Lydia y los continuos regalos en metálico que le hacía su madre se iba en Lydia
      poco menos que aquella suma.
        Otra de las cosas que le sorprendieron gratamente fue que todo se hiciera con
      tan  insignificante  molestia  para  él,  pues  su  principal  deseo  era  siempre  que  le
      dejasen tranquilo. Pasado el primer arranque de ira que le motivó buscar a su
      hija, volvió, como era de esperar, a su habitual indolencia. Despachó pronto la
      carta, eso sí tardaba en emprender las cosas, pero era rápido en ejecutarlas. En
      la carta pedía más detalles acerca de lo que le adeudaba a su cuñado, pero estaba
      demasiado resentido con Lydia para enviarle ningún mensaje.
        Las  buenas  nuevas  se  extendieron  rápidamente  por  la  casa  y  con
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