Page 209 - Libro Orgullo y Prejuicio
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lady Catherine y su hija, a quienes he referido el hecho. Están de acuerdo
        conmigo en que ese mal paso de su hija será perjudicial para la suerte de
        las  demás;  porque,  ¿quién  —como  la  propia  lady  Catherine  dice
        afablemente—  querrá  emparentar  con  semejante  familia?  Esta
        consideración  me  mueve  a  recordar  con  la  mayor  satisfacción  cierto
        suceso del pasado noviembre, pues a no haber ido las cosas como fueron,
        me  vería  ahora  envuelto  en  toda  la  tristeza  y  desgracia  de  ustedes.
        Permítame, pues, que le aconseje, querido señor, que se resigne todo lo
        que pueda y arranque a su indigna hija para siempre de su corazón, y deje
        que recoja ella los frutos de su abominable ofensa.»
        El señor Gardiner no volvió a escribir hasta haber recibido contestación del
      coronel  Forster,  pero  no  pudo  decir  nada  bueno.  No  se  sabía  que  Wickham
      tuviese  relación  con  ningún  pariente  y  se  aseguraba  que  no  tenía  ninguno
      cercano. Antiguamente había tenido muchas amistades, pero desde su ingreso en
      el ejército parecía apartado de todo el mundo. No había nadie, por consiguiente,
      capaz  de  dar  noticias  de  su  paradero.  Había  un  poderoso  motivo  para  que  se
      ocultara,  que  venía  a  sumarse  al  temor  de  ser  descubierto  por  la  familia  de
      Lydia, y era que había dejado tras sí una gran cantidad de deudas de juego. El
      coronel Forster opinaba que serían necesarias más de mil libras para clarear sus
      cuentas en Brighton. Mucho debía en la ciudad, pero sus deudas de honor eran
      aún más elevadas. El señor Gardiner no se atrevió a ocultar estos detalles a la
      familia de Longbourn. Jane se horrorizó:
        —¡Un jugador! Eso no lo esperaba. ¡No podía imaginármelo!
        Añadía el señor Gardiner en su carta que el señor Bennet iba a regresar a
      Longbourn al día siguiente, que era sábado. Desanimado por el fracaso de sus
      pesquisas había cedido a las instancias de su cuñado para que se volviese a su
      casa y le dejase hacer a él mientras las circunstancias no fuesen más propicias
      para una acción conjunta. Cuando se lo dijeron a la señora Bennet, no demostró
      la satisfacción que sus hijas esperaban en vista de sus inquietudes por la vida de
      su marido.
        —¿Qué viene a casa y sin la pobre Lydia? —exclamó—. No puedo creer que
      salga de Londres sin haberlos encontrado. ¿Quién retará a Wickham y hará que
      se case, si Bennet regresa?
        Como la señora Gardiner ya tenía ganas de estar en su casa se convino que se
      iría  a  Londres  con  los  niños  aprovechando  la  vuelta  del  señor  Bennet.  Por
      consiguiente, el coche de Longbourn les condujo hasta la primera etapa de su
      camino y trajo de vuelta al señor Bennet.
        La señora Gardiner se fue perpleja aún al pensar en el encuentro casual de
      Elizabeth y su amigo de Derbyshire en dicho lugar. Elizabeth se había abstenido
      de pronunciar su nombre, y aquella especie de semiesperanza que la tía había
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