Page 223 - Libro Orgullo y Prejuicio
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fue hace sólo quince días! Y, sin embargo, ¡cuántas cosas han ocurrido! ¡Dios
mío! Cuando me fui no tenía ni idea de que cuando volviera iba a estar casada;
aunque pensaba que sería divertidísimo que así fuese.
Su padre alzó los ojos; Jane estaba angustiada; Elizabeth miró a Lydia
significativamente, pero ella, que nunca veía ni oía lo que no le interesaba,
continuó alegremente:
—Mamá, ¿sabe la gente de por aquí que me he casado? Me temía que no, y
por eso, cuando adelantamos el carruaje de William Goulding, quise que se
enterase; bajé el cristal que quedaba a su lado y me quité el guante y apoyé la
mano en el marco de la ventanilla para que me viese el anillo. Entonces le saludé
y sonreí como si nada.
Elizabeth no lo aguantó más. Se levantó y se fue a su cuarto y no bajó hasta
oír que pasaban por el vestíbulo en dirección al comedor. Llegó a tiempo de ver
cómo Lydia, pavoneándose, se colocaba en la mesa al lado derecho de su madre
y le decía a su hermana mayor:
—Jane, ahora me corresponde a mí tu puesto. Tú pasas a segundo lugar,
porque yo soy una señora casada.
No cabía suponer que el tiempo diese a Lydia aquella mesura de la que
siempre había carecido. Su tranquilidad de espíritu y su desenfado iban en
aumento. Estaba impaciente por ver a la señora Philips, a los Lucas y a todos los
demás vecinos, para oír cómo la llamaban « señora Wickham» . Mientras tanto,
después de comer, fue a enseñar su anillo de boda a la señora Hill y a las dos
criadas para presumir de casada.
—Bien, mamá —dijo cuando todos volvieron al saloncillo—, ¿qué te parece
mi marido? ¿No es encantador? Estoy segura de que todas mis hermanas me
envidian; sólo deseo que tengan la mitad de suerte que yo. Deberían ir a Brighton;
es un sitio ideal para conseguir marido. ¡Qué pena que no hayamos ido todos!
—Es verdad. Si yo mandase, habríamos ido. Lydia, querida mía, no me gusta
nada que te vayas tan lejos. ¿Tiene que ser así?
—¡Oh, Señor! Sí, no hay más remedio. Pero me gustará mucho. Tú, papá y
mis hermanas tenéis que venir a vernos. Estaremos en Newcastle todo el
invierno, y habrá seguramente algunos bailes; procuraré conseguir buenas
parejas para todas.
—¡Eso es lo que más me gustaría! —suspiró su madre.
—Y cuando regreséis, que se queden con nosotros una o dos de mis
hermanas, y estoy segura de que les habré encontrado marido antes de que
acabe el invierno:
—Te agradezco la intención —repuso Elizabeth—, pero no me gusta mucho
que digamos tu manera de conseguir marido.
Los invitados iban a estar en Longbourn diez días solamente. Wickham había
recibido su destino antes de salir de Londres y tenía que incorporarse a su