Page 226 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO LII
      Elizabeth tuvo la satisfacción de recibir inmediata respuesta a su carta. Corrió con
      ella al sotillo, donde había menos probabilidades de que la molestaran, se sentó en
      un banco y se preparó a ser feliz, pues la extensión de la carta la convenció de
      que no contenía una negativa.
          Gracechurch Street, 8 de septiembre.
          Mi querida sobrina: Acabo de recibir tu carta y voy a dedicar toda la
        mañana a contestarla, pues creo que en pocas palabras no podré decirte lo
        mucho  que  tengo  que  contarte.  Debo  confesar  que  me  sorprendió  tu
        pregunta, pues no la esperaba de ti. No te enfades, sólo deseo que sepas
        que no creía que tales aclaraciones fueran necesarias por tu parte. Si no
        quieres entenderme, perdona mi impertinencia. Tu tío está tan sorprendido
        como  yo,  y  sólo  por  la  creencia  de  que  eres  parte  interesada  se  ha
        permitido obrar como lo ha hecho. Pero por si efectivamente eres inocente
        y no sabes nada de nada, tendré que ser más explícita.
          El mismo día que llegué de Longbourn, tu tío había tenido una visita
        muy  inesperada.  El  señor  Darcy  vino  y  estuvo  encerrado  con  él  varias
        horas. Cuando yo regresé, ya estaba todo arreglado; así que mi curiosidad
        no  padeció  tanto  como  la  tuya.  Darcy  vino  para  decir  a  Gardiner  que
        había descubierto el escondite de Wickham y tu hermana, y que les había
        visto  y  hablado  a  los  dos:  a  Wickham  varias  veces,  a  tu  hermana  una
        solamente. Por lo que puedo deducir, Darcy se fue de Derbyshire al día
        siguiente  de  habernos  ido  nosotros  y  vino  a  Londres  con  la  idea  de
        buscarlos.  El  motivo  que  dio  es  que  se  reconocía  culpable  de  que  la
        infamia  de  Wickham  no  hubiese  sido  suficientemente  conocida  para
        impedir  que  una  muchacha  decente  le  amase  o  se  confiara  a  él.
        Generosamente lo imputó todo a su ciego orgullo, diciendo que antes había
        juzgado indigno de él publicar sus asuntos privados. Su conducta hablaría
        por él. Por lo tanto creyó su deber intervenir y poner remedio a un mal que
        él mismo había ocasionado. Si tenía otro motivo, estoy segura de que no
        era deshonroso… Había pasado varios días en la capital sin poder dar con
        ellos, pero tenía una pista que podía guiarle y que era más importante que
        todas las nuestras y que, además, fue otra de las razones que le impulsaron
        a venir a vernos.
          Parece  ser  que  hay  una  señora,  una  tal  señora  Younge,  que  tiempo
        atrás fue el aya de la señorita Darcy, y hubo que destituirla de su cargo por
        alguna  causa  censurable  que  él  no  nos  dijo.  Al  separarse  de  la  familia
        Darcy, la señora Younge tomó una casa grande en Edwards Street y desde
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