Page 231 - Libro Orgullo y Prejuicio
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Elizabeth—. Debe de ser algo especial para que esté en Londres en esta época
      del año.
        —Indudablemente.  ¿Le  viste  cuando  estuviste  en  Lambton?  Creo  que  los
      Gardiner me dijeron que sí.
        —Efectivamente; nos presentó a su hermana.
        —¿Y te gustó?
        —Muchísimo.
        —Es verdad que he oído decir que en estos dos últimos años ha mejorado
      extraordinariamente. La última vez que la vi no prometía mucho. Me alegro de
      que te gustase. Espero que le vaya bien.
        —Le irá bien. Ha pasado ya la edad más difícil.
        —¿Pasaste por el pueblo de Kimpton?
        —No me acuerdo.
        —Te lo digo, porque ésa es la rectoría que debía haber tenido yo. ¡Es un lugar
      delicioso! ¡Y qué casa parroquial tan excelente tiene! Me habría convenido desde
      todos los puntos de vista.
        —¿Te habría gustado componer sermones?
        —Muchísimo.  Lo  habría  tomado  como  una  parte  de  mis  obligaciones  y
      pronto no me habría costado ningún esfuerzo. No puedo quejarme, pero no hay
      duda  de  que  eso  habría  sido  lo  mejor  para  mí.  La  quietud  y  el  retiro  de
      semejante vida habrían colmado todos mis anhelos. ¡Pero no pudo ser! ¿Le oíste
      a Darcy mencionar ese tema cuando estuviste en Kent?
        —Supe  de  fuentes  fidedignas  que  la  parroquia  se  te  legó  sólo
      condicionalmente y a la voluntad del actual señor de Pemberley.
        —¿Eso te ha dicho? Sí, algo de eso había; así te lo conté la primera vez, ¿te
      acuerdas?
        —También oí decir que hubo un tiempo en que el componer sermones no te
      parecía tan agradable como ahora, que entonces declaraste tu intención de no
      ordenarte nunca, y que el asunto se liquidó de acuerdo contigo.
        —Sí, es cierto. Debes recordar lo que te dije acerca de eso cuando hablamos
      de ello la primera vez.
        Estaba ya casi a la puerta de la casa, pues Elizabeth había seguido paseando
      para quitárselo de encima. Por consideración a su hermana no quiso provocarle
      y sólo le dijo con una sonrisa:
        —Vamos, Wickham; somos hermanos. No discutamos por el pasado. Espero
      que de ahora en adelante no tengamos por qué discutir.
        Le dio la mano y él se la besó con afectuosa galantería, aunque no sabía qué
      cara poner, y entraron en la casa.
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