Page 229 - Libro Orgullo y Prejuicio
P. 229

Longbourn se portó exactamente igual, por lo que no habrá de extrañarte
        lo que ahora cuento. Le hablé muchas veces con toda seriedad haciéndole
        ver la desgracia que había acarreado a su familia, pero si me oyó sería por
        casualidad,  porque  estoy  convencida  de  que  ni  siquiera  me  escuchaba.
        Hubo veces en que llegó a irritarme; pero me acordaba de mis queridas
        Elizabeth y Jane y me revestía de paciencia.
          El señor Darcy volvió puntualmente y, como Lydia os dijo, asistió a la
        boda. Comió con nosotros al día siguiente. Se disponía a salir de Londres el
        miércoles o el jueves. ¿Te enojarás conmigo, querida Lizzy, si aprovecho
        esta oportunidad para decirte lo que nunca me habría atrevido a decirte
        antes, y es lo mucho que me gusta Darcy? Su conducta con nosotros ha
        sido  tan  agradable  en  todo  como  cuando  estábamos  en  Derbyshire.  Su
        inteligencia, sus opiniones, todo me agrada. No le falta más que un poco de
        viveza, y eso si se casa juiciosamente, su mujer se lo enseñará. Me parece
        que disimula muy bien; apenas pronunció tu nombre. Pero se ve que el
        disimulo está de moda.
          Te ruego que me perdones si he estado muy suspicaz, o por lo menos no
        me castigues hasta el punto de excluirme de Pemberley. No seré feliz del
        todo hasta que no haya dado la vuelta completa a la finca. Un faetón bajo
        con un buen par de jacas sería lo ideal.
          No  puedo  escribirte  más.  Los  niños  me  están  llamando  desde  hace
        media hora.
          Tuya afectísima,
                                      M. Gardiner
        El contenido de esta carta dejó a Elizabeth en una conmoción en la que no se
      podía determinar si tomaba mayor parte el placer o la pena. Las vagas sospechas
      que en su incertidumbre sobre el papel de Darcy en la boda de su hermana había
      concebido, sin osar alentarlas porque implicaban alardes de bondad demasiado
      grandes para ser posibles, y temiendo que fueran ciertas por la humillación que
      la gratitud impondría, quedaban, pues, confirmadas. Darcy había ido detrás de
      ellos expresamente, había asumido toda la molestia y mortificación inherentes a
      aquella búsqueda, imploró a una mujer a la que debía detestar y se vio obligado a
      tratar  con  frecuencia,  a  persuadir  y  a  la  postre  sobornar,  al  hombre  que  más
      deseaba  evitar  y  cuyo  solo  nombre  le  horrorizaba  pronunciar.  Todo  lo  había
      hecho para salvar a una muchacha que nada debía de importarle y por quien no
      podía  sentir  ninguna  estimación.  El  corazón  le  decía  a  Elizabeth  que  lo  había
      hecho por ella, pero otras consideraciones reprimían esta esperanza y pronto se
      dio  cuenta  de  que  halagaba  su  vanidad  al  pretender  explicar  el  hecho  de  esa
      manera, pues Darcy no podía sentir ningún afecto por una mujer que le había
      rechazado  y,  si  lo  sentía,  no  sería  capaz  de  sobreponerse  a  un  sentimiento  tan
   224   225   226   227   228   229   230   231   232   233   234