Page 233 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—Puedes estar segura —respondió la otra—, porque la señora Nicholls estuvo
      en Meryton ayer tarde; la vi pasar y salí dispuesta a saber la verdad; ella me dijo
      que sí, que su amo llegaba. Vendrá el jueves a más tardar; puede que llegue el
      miércoles. La señora Nicholls me dijo que iba a la carnicería a encargar carne
      para el miércoles y llevaba tres pares de patos listos para matar.
        Al  saber  la  noticia,  Jane  mudó  de  color.  Hacía  meses  que  entre  ella  y
      Elizabeth no se hablaba de Bingley, pero ahora en cuanto estuvieron solas le dijo:
        —He notado, Elizabeth, que cuando mi tía comentaba la noticia del día, me
      estabas mirando. Ya sé que pareció que me dio apuro, pero no te figures que era
      por alguna tontería. Me quedé confusa un momento porque me di cuenta de que
      me estaríais observando. Te aseguro que la noticia no me da tristeza ni gusto. De
      una cosa me alegro: de que viene solo, porque así lo veremos menos. No es que
      tenga miedo por mí, pero temo los comentarios de la gente.
        Elizabeth  no  sabía  qué  pensar.  Si  no  le  hubiera  visto  en  Derbyshire,  habría
      podido creer que venía tan sólo por el citado motivo, pero no dudaba de que aún
      amaba a Jane, y hasta se arriesgaba a pensar que venía con la aprobación de su
      amigo o que se había atrevido incluso a venir sin ella.
        « Es duro —pensaba a veces— que este pobre hombre no pueda venir a una
      casa que ha alquilado legalmente sin levantar todas estas cábalas. Yo le dejaré en
      paz.»
        A pesar de lo que su hermana decía y creía de buena fe, Elizabeth pudo notar
      que la expectativa de la llegada de Bingley le afectaba. Estaba distinta y más
      turbada que de costumbre.
        El tema del que habían discutido sus padres acaloradamente hacía un año,
      surgió ahora de nuevo.
        —Querido mío, supongo que en cuanto llegue el señor Bingley irás a visitarle.
        —No y no. Me obligaste a hacerlo el año pasado, prometiéndome que se iba
      a casar con una de mis hijas. Pero todo acabó en agua de borrajas, y no quiero
      volver a hacer semejante paripé como un tonto.
        Su mujer le observó lo absolutamente necesaria que sería aquella atención
      por  parte  de  todos  los  señores  de  la  vecindad  en  cuanto  Bingley  llegase  a
      Netherfield.
        —Es  una  etiqueta  que  me  revienta  —repuso  el  señor  Bennet—.  Si  quiere
      nuestra compañía, que la busque; ya sabe dónde vivimos. No puedo perder el
      tiempo corriendo detrás de los vecinos cada vez que se van y vuelven.
        —Bueno, será muy feo que no le visites; pero eso no me impedirá invitarle a
      comer. Vamos a tener en breve a la mesa a la señora Long y a los Goulding, y
      como contándonos a nosotros seremos trece, habrá justamente un lugar para él.
        Consolada  con  esta  decisión,  quedó  perfectamente  dispuesta  a  soportar  la
      descortesía de su esposo, aunque le molestara enormemente que, con tal motivo,
      todos  los  vecinos  viesen  a  Bingley  antes  que  ellos.  Al  acercarse  el  día  de  la
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