Page 230 - Libro Orgullo y Prejuicio
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natural como el de emparentar con Wickham. ¡Darcy, cuñado de Wickham! El
más elemental orgullo tenía que rebelarse contra ese vínculo. Verdad es que
Darcy había hecho tanto que Elizabeth estaba confundida, pero dio una razón
muy verosímil. No era ningún disparate pensar que Darcy creyese haber obrado
mal; era generoso y tenía medios para demostrarlo, y aunque Elizabeth se
resistía a admitir que hubiese sido ella el móvil principal, cabía suponer que un
resto de interés por ella había contribuido a sus gestiones en un asunto que
comprometía la paz de su espíritu. Era muy penoso quedar obligados de tal
forma a una persona a la que nunca podrían pagar lo que había hecho. Le debían
la salvación y la reputación de Lydia. ¡Cuánto le dolieron a Elizabeth su ingratitud
y las insolentes palabras que le había dirigido! Estaba avergonzada de sí misma,
pero orgullosa de él, orgullosa de que se hubiera portado tan compasivo y
noblemente. Leyó una y otra vez los elogios que le tributaba su tía, y aunque no
le parecieron suficientes, le complacieron. Le daba un gran placer, aunque
también la entristecía pensar que sus tíos creían que entre Darcy y ella subsistía
afecto y confianza.
Se levantó de su asiento y salió de su meditación al notar que alguien se
aproximaba; y antes de que pudiera alcanzar otro sendero, Wickham la abordó.
—Temo interrumpir tu solitario paseo, querida hermana —le dijo poniéndose
a su lado.
—Así es, en efecto —replicó con una sonrisa—, pero no quiere decir que la
interrupción me moleste.
—Sentiría molestarte. Nosotros hemos sido siempre buenos amigos. Y ahora
somos algo más.
—Cierto. ¿Y los demás, han salido?
—No sé. La señora Bennet y Lydia se han ido en coche a Meryton. Me han
dicho tus tíos, querida hermana, que has estado en Pemberley.
Elizabeth contestó afirmativamente.
—Te envidio ese placer, y si me fuera posible pasaría por allí de camino a
Newcastle. Supongo que verías a la anciana ama de llaves. ¡Pobre señora
Reynolds! ¡Cuánto me quería! Pero me figuro que no me nombraría delante de
vosotros.
—Sí, te nombró.
—¿Y qué dijo?
—Que habías entrado en el ejército y que andabas en malos pasos. Ya sabes
que a tanta distancia las cosas se desfiguran.
—Claro —contestó él mordiéndose los labios.
Elizabeth creyó haberle callado, pero Wickham dijo en seguida:
Me sorprendió ver a Darcy el mes pasado en la capital. Nos encontramos
varias veces. Me gustaría saber qué estaba haciendo en Londres.
—Puede que preparase su matrimonio con la señorita de Bourgh —dijo