Page 235 - Libro Orgullo y Prejuicio
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experimentó al verlo tan cambiado en Derbyshire.
        El  color,  que  había  desaparecido  de  su  semblante,  acudió  en  seguida
      violentamente  a  sus  mejillas,  y  una  sonrisa  de  placer  dio  brillo  a  sus  ojos  al
      pensar que el cariño y los deseos de Darcy seguían siendo los mismos. Pero no
      quería darlo por seguro.
        « Primero  veré  cómo  se  comporta  —se  dijo—  y  luego  Dios  dirá  si  puedo
      tener esperanzas.»
        Se puso a trabajar atentamente y se esforzó por mantener la calma. No osaba
      levantar los ojos, hasta que su creciente curiosidad le hizo mirar a su hermana
      cuando la criada fue a abrir la puerta. Jane estaba más pálida que de costumbre,
      pero más sosegada de lo que Elizabeth hubiese creído. Cuando entraron los dos
      caballeros, enrojeció, pero los recibió con bastante tranquilidad, y sin dar ninguna
      muestra de resentimiento ni de innecesaria complacencia.
        Elizabeth habló a los dos jóvenes lo menos que la educación permitía, y se
      dedicó  a  bordar  con  más  aplicación  que  nunca.  Sólo  se  aventuró  a  dirigir  una
      mirada a Darcy. Éste estaba tan serio como siempre, y a ella se le antojó que se
      parecía más al Darcy que había conocido en Hertfordshire que al que había visto
      en Pemberley. Pero quizá en presencia de su madre no se sentía igual que en
      presencia de sus tíos. Era una suposición dolorosa, pero no improbable.
        Miró  también  un  instante  a  Bingley,  y  le  pareció  que  estaba  contento  y
      cohibido a la vez. La señora Bennet le recibió con unos aspavientos que dejaron
      avergonzadas  a  sus  dos  hijas,  especialmente  por  el  contraste  con  su  fría  y
      ceremoniosa manera de saludar y tratar a Darcy.
        Particularmente  Elizabeth,  sabiendo  que  su  madre  le  debía  a  Darcy  la
      salvación  de  su  hija  predilecta  de  tan  irremediable  infamia,  se  entristeció
      profundamente por aquella grosería.
        Darcy preguntó cómo estaban los señores Gardiner, y Elizabeth le contestó
      con cierta turbación. Después, apenas dijo nada. No estaba sentado al lado de
      Elizabeth, y acaso se debía a esto su silencio; pero no estaba así en Derbyshire.
      Allí, cuando no podía hablarle a ella hablaba con sus amigos; pero ahora pasaron
      varios minutos sin que se le oyera la voz, y cuando Elizabeth, incapaz de contener
      su curiosidad, alzaba la vista hacia él, le encontraba con más frecuencia mirando
      a Jane que a ella, y a menudo mirando sólo al suelo. Parecía más pensativo y
      menos  deseoso  de  agradar  que  en  su  último  encuentro.  Elizabeth  estaba
      decepcionada y disgustada consigo misma por ello.
        « ¿Cómo  pude  imaginarme  que  estuviese  de  otro  modo?  —se  decía—.  Ni
      siquiera sé por qué ha venido aquí.»
        No tenía humor para hablar con nadie más que con él, pero le faltaba valor
      para dirigirle la palabra. Le preguntó por su hermana, pero ya no supo más qué
      decirle.
        —Mucho tiempo ha pasado, señor Bingley, desde que se fue usted —dijo la
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