Page 240 - Libro Orgullo y Prejuicio
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Una vez quitado el servicio de té y puestas las mesas de juego, se levantaron
todas las señoras. Elizabeth creyó entonces que podría estar con él, pero sus
esperanzas rodaron por el suelo cuando vio que su madre se apoderaba de Darcy
y le obligaba a sentarse a su mesa de whist. Elizabeth renunció ya a todas sus
ilusiones. Toda la tarde estuvieron confinados en mesas diferentes, pero los ojos
de Darcy se volvían tan a menudo donde ella estaba, que tanto el uno como el
otro perdieron todas las partidas.
La señora Bennet había proyectado que los dos caballeros de Netherfield se
quedaran a cenar, pero fueron los primeros en pedir su coche y no hubo manera
de retenerlos.
—Bueno, niñas —dijo la madre en cuanto se hubieron ido todos—, ¿qué me
decís? A mi modo de ver todo ha ido hoy a pedir de boca. La comida ha estado
tan bien presentada como las mejores que he visto; el venado asado, en su punto,
y todo el mundo dijo que las ancas eran estupendas; la sopa, cincuenta veces
mejor que la que nos sirvieron la semana pasada en casa de los Lucas; y hasta el
señor Darcy reconoció que las perdices estaban muy bien hechas, y eso que él
debe de tener dos o tres cocineros franceses. Y, por otra parte, Jane querida,
nunca estuviste más guapa que esta tarde; la señora Long lo afirmó cuando yo le
pregunté su parecer. Y ¿qué crees que me dijo, además? « ¡Oh, señora Bennet,
por fin la tendremos en Netherfield!» Así lo dijo. Opino que la señora Long es la
mejor persona del mundo, y sus sobrinas son unas muchachas muy bien
educadas y no son feas del todo; me gustan mucho.
Total que la señora Bennet estaba de magnífico humor. Se había fijado lo
bastante en la conducta de Bingley para con Jane para convencerse de que al fin
lo iba a conseguir. Estaba tan excitada y sus fantasías sobre el gran porvenir que
esperaba a su familia fueron tan lejos de lo razonable, que se disgustó muchísimo
al ver que Bingley no se presentaba al día siguiente para declararse.
—Ha sido un día muy agradable —dijo Jane a Elizabeth—. ¡Qué selecta y
qué cordial fue la fiesta! Espero que se repita.
Elizabeth se sonrió.
—No te rías. Me duele que seas así, Lizzy. Te aseguro que ahora he aprendido
a disfrutar de su conversación y que no veo en él más que un muchacho
inteligente y amable. Me encanta su proceder y no me importa que jamás haya
pensado en mí. Sólo encuentro que su trato es dulce y más atento que el de
ningún otro hombre.
—¡Eres cruel! —contestó su hermana—. No me dejas sonreír y me estás
provocando a hacerlo a cada momento.
—¡Qué difícil es que te crean en algunos casos!
—¡Y qué imposible en otros!
—¿Por qué te empeñas en convencerme de que siento más de lo que
confieso?