Page 242 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO LV
      Pocos días después de aquella visita, Bingley volvió a Longbourn, solo. Su amigo
      se había ido a Londres por la mañana, pero iba a regresar dentro de diez días.
      Pasó con ellas una hora, y estuvo de excelente humor. La señora Bennet le invitó
      a comer, Bingley dijo que lo sentía, pero que estaba convidado en otro sitio.
        —La  próxima  vez  que  venga  —repuso  la  señora  Bennet—  espero  que
      tengamos más suerte.
        —Tendré mucho gusto —respondió Bingley. Y añadió que, si se lo permitían,
      aprovecharía cualquier oportunidad para visitarles.
        —¿Puede usted venir mañana?
        Bingley dijo que sí, pues no tenía ningún compromiso para el día siguiente.
        Llegó  tan  temprano  que  ninguna  de  las  señoras  estaba  vestida,  La  señora
      Bennet corrió al cuarto de sus hijas, en bata y a medio peinar, exclamando:
        —¡Jane, querida, date prisa y ve abajo! ¡Ha venido el señor Bingley! Es él,
      sin duda. ¡Ven, Sara! Anda en seguida a ayudar a vestirse a la señorita Jane. No
      te preocupes del peinado de la señorita Elizabeth.
        —Bajaremos  en  cuanto  podamos  —dijo  Jane—,  pero  me  parece  que
      Catherine está más adelantada que nosotras, porque subió hace media hora.
        —¡Mira con lo que sales! ¿Qué tiene que ver en esto Catherine? Tú eres la
      que debe bajar en seguida. ¿Dónde está tu corsé?
        Pero  cuando  su  madre  había  salido,  Jane  no  quiso  bajar  sin  alguna  de  sus
      hermanas.
        Por la tarde, la madre volvió a intentar que Bingley se quedara a solas con
      Jane. Después del té, el señor Bennet se retiró a su biblioteca como de costumbre,
      y  Mary  subió  a  tocar  el  piano.  Habiendo  desaparecido  dos  de  los  cinco
      obstáculos, la señora Bennet se puso a mirar y a hacer señas y guiños a Elizabeth
      y a Catherine sin que ellas lo notaran. Catherine lo advirtió antes que Elizabeth y
      preguntó con toda inocencia:
        —¿Qué pasa, mamá? ¿Por qué me haces señas? ¿Qué quieres que haga?
        —Nada, niña, nada. No te hacía ninguna seña.
        Siguió  sentada  cinco  minutos  más,  pero  era  incapaz  de  desperdiciar  una
      ocasión tan preciosa. Se levantó de pronto y le dijo a Catherine:
        —Ven, cariño. Tengo que hablar contigo.
        Y se la llevó de la habitación. Jane miró al instante a Elizabeth denotando su
      pesar por aquella salida tan premeditada y pidiéndole que no se fuera.
        Pero  a  los  pocos  minutos  la  señora  Bennet  abrió  la  puerta  y  le  dijo  a
      Elizabeth:
        —Ven, querida. Tengo que hablarte.
        Elizabeth no tuvo más remedio que salir.
        —Dejémoslos  solos,  ¿entiendes?  —le  dijo  su  madre  en  el  vestíbulo—.
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