Page 244 - Libro Orgullo y Prejuicio
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La  enhorabuena  de  Elizabeth  fue  tan  sincera  y  tan  ardiente  y  reveló  tanto
      placer que no puede expresarse con palabras. Cada una de sus frases cariñosas
      fue  una  fuente  de  dicha  para  Jane.  Pero  no  pudo  quedarse  con  Elizabeth  ni
      contarle la mitad de las cosas que tenía que comunicarle todavía.
        —Voy  a  ver  al  instante  a  mamá  —dijo—.  No  puedo  ignorar  su  afectuosa
      solicitud ni permitir que se entere por otra persona. Él acaba de ir a hablar con
      papá. ¡Oh, Lizzy! Lo que voy a decir llenará de alegría a toda la familia. ¿Cómo
      podré resistir tanta dicha?
        Se fue presurosamente en busca de su madre que había suspendido adrede la
      partida de cartas y estaba arriba con Catherine.
        Elizabeth  se  quedó  sonriendo  ante  la  facilidad  y  rapidez  con  que  se  había
      resuelto un asunto que había causado tantos meses de incertidumbre y de dolor.
        « ¡He  aquí  en  qué  ha  parado  —se  dijo—  la  ansiosa  circunspección  de  su
      amigo  y  toda  la  falsedad  y  las  tretas  de  sus  hermanas!  No  podía  darse  un
      desenlace más feliz, más prudente y más razonable.»
        A los pocos minutos entró Bingley, que había terminado su corta conferencia
      con el señor Bennet.
        —¿Dónde está su hermana? —le dijo al instante de abrir la puerta.
        —Arriba, con mamá. Creo que bajará en seguida.
        Entonces  Bingley  cerró  la  puerta  y  le  pidió  su  parabién,  rogándole  que  le
      considerase como un hermano. Elizabeth le dijo de todo corazón lo mucho que se
      alegraba de aquel futuro parentesco. Se dieron las manos cordialísimamente y
      hasta  que  bajó  Jane,  Bingley  estuvo  hablando  de  su  felicidad  y  de  las
      perfecciones  de  su  amada.  Elizabeth  no  creyó  exageradas  sus  esperanzas  de
      dicha, a pesar del amor que cegaba al joven, pues al buen entendimiento y al
      excelente corazón de Jane se unían la semejanza de sentimientos y gustos con su
      prometida.
        La tarde transcurrió en medio del embeleso general la satisfacción de Jane
      daba a su rostro una luz y una expresión tan dulce que le hacían parecer más
      hermosa que nunca. Catherine sonreía pensando que pronto le llegaría su turno.
      La  señora  Bennet  dio  su  consentimiento  y  expresó  su  aprobación  en  términos
      calurosísimos que, no obstante, no alcanzaron a describir el júbilo que sentía, y
      durante media hora no pudo hablarle a Bingley de otra cosa. Cuando el señor
      Bennet se reunió con ellos para la cena, su voz y su aspecto revelaban su alegría.
        Pero  ni  una  palabra  salió  de  sus  labios  que  aludiese  al  asunto  hasta  que  el
      invitado se despidió. Tan pronto como se hubo ido, el señor Bennet se volvió a su
      hija y le dijo:
        —Te felicito, Jane. Serás una mujer muy feliz. Jane corrió hacia su padre, le
      dio un beso y las gracias por su bondad.
        —Eres una buena muchacha —añadió el padre— y mereces la suerte que
      has tenido. Os llevaréis muy bien. Vuestros caracteres son muy parecidos. Sois
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