Page 247 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO LVI
      Una  mañana,  aproximadamente  una  semana  después  de  la  declaración  de
      Bingley,  mientras  éste  se  hallaba  reunido  en  el  saloncillo  con  las  señoras  de
      Longbourn, fueron atraídos por el ruido de un carruaje y miraron a la ventana,
      divisando  un  landó  de  cuatro  caballos  que  cruzaba  la  explanada  de  césped  de
      delante de la casa. Era demasiado temprano para visitas y además el equipo del
      coche no correspondía a ninguno de los vecinos; los caballos eran de posta y ni el
      carruaje ni la librea de los lacayos les eran conocidos. Pero era evidente que
      alguien  venía  a  la  casa.  Bingley  le  propuso  a  Jane  irse  a  pasear  al  plantío  de
      arbustos para evitar que el intruso les separase. Se fueron los dos, y las tres que se
      quedaron  en  el  comedor  continuaron  sus  conjeturas,  aunque  con  poca
      satisfacción, hasta que se abrió la puerta y entró la visita. Era lady Catherine de
      Bourgh.
        Verdad es que todas esperaban alguna sorpresa, pero ésta fue superior a todas
      las  previsiones.  Aunque  la  señora  Bennet  y  Catherine  no  conocían  a  aquella
      señora, no se quedaron menos atónitas que Elizabeth.
        Entró  en  la  estancia  con  aire  todavía  más  antipático  que  de  costumbre;
      contestó al saludo de Elizabeth con una simple inclinación de cabeza, y se sentó
      sin decir palabra. Elizabeth le había dicho su nombre a la señora Bennet, cuando
      entró Su Señoría, aunque ésta no había solicitado ninguna presentación.
        La  señora  Bennet,  pasmadísima  aunque  muy  ufana  al  ver  en  su  casa  a
      persona  de  tanto  rango,  la  recibió  con  la  mayor  cortesía.  Estuvieron  sentadas
      todas  en  silencio  durante  un  rato,  hasta  que  al  fin  lady  Catherine  dijo  con
      empaque a Elizabeth:
        —Supongo que estará usted bien, y calculo que esa señora es su madre.
        Elizabeth contestó que sí concisamente.
        —Y esa otra imagino que será una de sus hermanas.
        —Sí, señora —respondió la señora Bennet muy oronda de poder hablar con
      lady Catherine—. Es la penúltima; la más joven de todas se ha casado hace poco,
      y la mayor está en el jardín paseando con un caballero que creo no tardará en
      formar parte de nuestra familia.
        —Tienen ustedes una finca muy pequeña —dijo Su Señoría después de un
      corto silencio.
        —No  es  nada  en  comparación  con  Rosings,  señora;  hay  que  reconocerlo;
      pero le aseguro que es mucho mejor que la de sir William Lucas.
        —Ésta  ha  de  ser  una  habitación  muy  molesta  en  las  tardes  de  verano;  las
      ventanas dan por completo a poniente.
        La  señora  Bennet  le  aseguró  que  nunca  estaban  allí  después  de  comer,  y
      añadió:
        —¿Puedo tomarme la libertad de preguntar a Su Señoría qué tal ha dejado a
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