Page 245 - Libro Orgullo y Prejuicio
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tan complacientes el uno con el otro que nunca resolveréis nada, tan confiados
que os engañará cualquier criado, y tan generosos que siempre gastaréis más de
lo que tengáis.
—Eso sí que no. La imprudencia o el descuido en cuestiones de dinero sería
imperdonable para mí.
—¡Gastar más de lo tenga! —exclamó la señora Bennet—. ¿Qué estás
diciendo? Bingley posee cuatro o cinco mil libras anuales, y puede que más.
Después, dirigiéndose a su hija, añadió:
¡Oh, Jane, querida, vida mía, soy tan feliz que no voy a poder cerrar ojo en
toda la noche! Ya sabía yo que esto llegaría; siempre dije que al final se
arreglaría todo. Estaba segura de que tu hermosura no iba a ser en balde.
Recuerdo que en cuanto lo vi la primera vez que llegó a Hertfordshire, pensé que
por fuerza teníais que casaros. ¡Es el hombre más guapo que he visto en mi vida!
Wickham y Lydia quedaron olvidados. Jane era ahora su hija favorita, sin
ninguna comparación; en aquel momento las demás no le importaban nada. Las
hermanas menores pronto empezaron a pedirle a Jane todo lo que deseaban y
que ella iba a poder dispensarles en breve.
Mary quería usar la biblioteca de Netherfield, y Catherine le suplicó que
organizase allí unos cuantos bailes en invierno.
Bingley, como era natural, iba a Longbourn todos los días. Con frecuencia
llegaba antes del almuerzo y se quedaba hasta después de la cena, menos cuando
algún bárbaro vecino, nunca detestado lo bastante, le invitaba a comer, y Bingley
se creía obligado a aceptar.
Elizabeth tenía pocas oportunidades de conversar con su hermana, pues
mientras Bingley estaba presente, Jane no tenía ojos ni oídos para nadie más;
pero resultaba muy útil al uno y al otro en las horas de separación que a veces se
imponían. En ausencia de Jane, Bingley buscaba siempre a Elizabeth para darse
el gusto de hablar de su amada; y cuando Bingley se iba, Jane recurría
constantemente al mismo consuelo.
—¡No sabes lo feliz que me ha hecho —le dijo una noche a su hermana— al
participarme que ignoraba que yo había estado en Londres la pasada primavera!
¡Me parecía imposible!
—Me lo figuraba. Pero ¿cómo se explica?
—Debe de haber sido cosa de sus hermanas. La verdad es que no querían
saber nada conmigo, cosa que no me extraña, pues Bingley hubiese podido
encontrar algo mejor desde todos los puntos de vista. Pero cuando vean, como
supongo que verán, que su hermano es feliz a mi lado, se contentarán y
volveremos a ser amigas, aunque nunca como antes.
—Esto es lo más imperdonable que te he oído decir en mi vida —exclamó
Elizabeth—. ¡Infeliz! Me irrita de veras que creas en la pretendida amistad de la
señorita Bingley.