Page 238 - Libro Orgullo y Prejuicio
P. 238

CAPÍTULO LIV
      En  cuanto  se  marcharon,  Elizabeth  salió  a  pasear  para  recobrar  el  ánimo  o,
      mejor dicho, para meditar la causa que le había hecho perderlo. La conducta de
      Darcy la tenía asombrada y enojada. ¿Por qué vino —se decía— para estar en
      silencio, serio e indiferente?
        No podía explicárselo de modo satisfactorio.
        « Si pudo estar amable y complaciente con mis tíos en Londres, ¿por qué no
      conmigo? Si me temía, ¿por qué vino? Y si ya no le importo nada, ¿por qué estuvo
      tan callado? ¡Qué hombre más irritante! No quiero pensar más en él.»
        Involuntariamente  mantuvo  esta  resolución  durante  un  rato,  porque  se  le
      acercó su hermana, cuyo alegre aspecto demostraba que estaba más satisfecha
      de la visita que ella.
        —Ahora  —le  dijo—,  pasado  este  primer  encuentro,  me  siento
      completamente tranquila. Sé que soy fuerte y que ya no me azoraré delante de
      él.  Me  alegro  de  que  venga  a  comer  el  martes,  porque  así  se  verá  que  nos
      tratamos simplemente como amigos indiferentes.
        —Sí,  muy  indiferentes  —contestó  Elizabeth  riéndose—.  ¡Oh,  Jane!  ¡Ten
      cuidado!
        —Lizzy, querida, no vas a creer que soy tan débil como para correr ningún
      peligro.
        —Creo que estás en uno muy grande, porque él te ama como siempre.
        No volvieron a ver a Bingley hasta el martes, y, entretanto, la señora Bennet
      se entregó a todos los venturosos planes que la alegría y la constante dulzura del
      caballero habían hecho revivir en media hora de visita. El martes se congregó en
      Longbourn un numeroso grupo de gente y los señores que con más ansias eran
      esperados  llegaron  con  toda  puntualidad.  Cuando  entraron  en  el  comedor,
      Elizabeth  observó  atentamente  a  Bingley  para  ver  si  ocupaba  el  lugar  que
      siempre  le  había  tocado  en  anteriores  comidas  al  lado  de  su  hermana;  su
      prudente madre, pensando lo mismo, se guardó mucho de invitarle a que tomase
      asiento a su lado. Bingley pareció dudar, pero Jane acertó a mirar sonriente a su
      alrededor y la cosa quedó decidida: Bingley se sentó al lado de Jane.
        Elizabeth, con triunfal satisfacción, miró a Darcy. Éste sostuvo la mirada con
      noble  indiferencia,  Elizabeth  habría  imaginado  que  Bingley  había  obtenido  ya
      permiso de su amigo para disfrutar de su felicidad si no hubiese sorprendido los
      ojos  de  éste  vueltos  también  hacia  Darcy,  con  una  expresión  risueña,  pero  de
      alarma.
        La conducta de Bingley con Jane durante la comida reveló la admiración que
      sentía  por  ella,  y  aunque  era  más  circunspecta  que  antes,  Elizabeth  se  quedó
      convencida de que si sólo dependiese de él, su dicha y la de Jane quedaría pronto
      asegurada. A pesar de que no se atrevía a confiar en el resultado, Elizabeth se
   233   234   235   236   237   238   239   240   241   242   243