Page 234 - Libro Orgullo y Prejuicio
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llegada, Jane dijo:
—A pesar de todo, empiezo a sentir que venga. No me importaría nada y le
veré con la mayor indiferencia, pero no puedo resistir oír hablar de él
perpetuamente. Mi madre lo hace con la mejor intención, pero no sabe, ni sabe
nadie, el sufrimiento que me causa. No seré feliz hasta que Bingley se haya ido
de Netherfield.
—Querría decirte algo para consolarte —contestó Elizabeth—, pero no puedo.
Debes comprenderlo. Y la normal satisfacción de recomendar paciencia a los
que sufren me está vedada porque a ti nunca te falta.
Bingley llegó. La señora Bennet trató de obtener con ayuda de las criadas las
primeras noticias, para aumentar la ansiedad y el mal humor que la consumían.
Contaba los días que debían transcurrir para invitarle, ya que no abrigaba
esperanzas de verlo antes. Pero a la tercera mañana de la llegada de Bingley al
condado, desde la ventana de su vestidor le vio que entraba por la verja a caballo
y se dirigía hacia la casa.
Llamó al punto a sus hijas para que compartieran su gozo. Jane se negó a
dejar su lugar junto a la mesa. Pero Elizabeth, para complacer a su madre, se
acercó a la ventana, miró y vio que Bingley entraba con Darcy, y se volvió a
sentar al lado de su hermana.
—Mamá, viene otro caballero con él —dijo Catherine—. ¿Quién será?
—Supongo que algún conocido suyo, querida; no le conozco.
—¡Oh! —exclamó Catherine—. Parece aquel señor que antes estaba con él.
El señor… ¿cómo se llama? Aquel señor alto y orgulloso.
—¡Santo Dios! ¿El señor Darcy? Pues sí, es él. Bueno; cualquier amigo del
señor Bingley será siempre bienvenido a esta casa; si no fuera por eso… No
puedo verle ni en pintura.
Jane miró a Elizabeth con asombro e interés. Sabía muy poco de su encuentro
en Derbyshire y, por consiguiente, comprendía el horror que había de causarle a
su hermana ver a Darcy casi por primera vez después de la carta aclaratoria.
Las dos hermanas estaban bastante intranquilas; cada una sufría por la otra, y
como es natural, por sí misma. Entretanto la madre seguía perorando sobre su
odio a Darcy y sobre su decisión de estar cortés con él sólo por consideración a
Bingley. Ninguna de las chicas la escuchaba. Elizabeth estaba inquieta por algo
que Jane no podía sospechar, pues nunca se había atrevido a mostrarle la carta de
la señora Gardiner, ni a revelarle el cambio de sus sentimientos por Darcy. Para
Jane, Darcy no era más que el hombre cuyas proposiciones había rechazado
Elizabeth y cuyos méritos menospreciaba. Pero para Elizabeth, Darcy era el
hombre a quien su familia debía el mayor de los favores, y a quien ella miraba
con un interés, si no tan tierno, por lo menos tan razonable y justo como el que
Jane sentía por Bingley. Su asombro ante la venida de Darcy a Netherfield, a
Longbourn, buscándola de nuevo voluntariamente, era casi igual al que