Page 224 - Libro Orgullo y Prejuicio
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regimiento dentro de una quincena.
        Nadie, excepto la señora Bennet, sentía que su estancia fuese tan corta. La
      mayor parte del tiempo se lo pasó en hacer visitas acompañada de su hija y en
      organizar  fiestas  en  la  casa.  Las  fiestas  eran  gratas  a  todos;  evitar  el  círculo
      familiar  era  aún  más  deseable  para  los  que  pensaban  que  para  los  que  no
      pensaban.
        El cariño de Wickham por Lydia era exactamente tal como Elizabeth se lo
      había imaginado, y muy distinto que el de Lydia por él. No necesitó Elizabeth
      más que observar un poco a su hermana para darse cuenta de que la fuga había
      obedecido más al amor de ella por él que al de él por ella. Se habría extrañado de
      que Wickham se hubiera fugado con una mujer hacia la que no sentía ninguna
      atracción especial, si no hubiese tenido por cierto que la mala situación en que se
      encontraba le había impuesto aquella acción, y no era él hombre, en semejante
      caso, para rehuir la oportunidad de tener una compañera.
        Lydia estaba loca por él; su « querido Wickham»  no se la caía de la boca, era
      el  hombre  más  perfecto  del  mundo  y  todo  lo  que  hacía  estaba  bien  hecho.
      Aseguraba  que  a  primeros  de  septiembre  Wickham  mataría  más  pájaros  que
      nadie de la comarca.
        Una mañana, poco después de su llegada, mientras estaba sentada con sus
      hermanas mayores, Lydia le dijo a Elizabeth:
        —Creo que todavía no te he contado cómo fue mi boda. No estabas presente
      cuando se la expliqué a mamá y a las otras. ¿No te interesa saberlo?
        —Realmente,  no  —contestó  Elizabeth—;  no  deberías  hablar  mucho  de  ese
      asunto.
        —¡Ay, qué rara eres! Pero quiero contártelo. Ya sabes que nos casamos en
      San Clemente, porque el alojamiento de Wickham pertenecía a esa parroquia.
      Habíamos  acordado  estar  todos  allí  a  las  once.  Mis  tíos  y  yo  teníamos  que  ir
      juntos y reunirnos con los demás en la iglesia. Bueno; llegó la mañana del lunes y
      yo estaba que no veía. ¿Sabes? ¡Tenía un miedo de que pasara algo que lo echase
      todo  a  perder,  me  habría  vuelto  loca!  Mientras  me  vestí,  mi  tía  me  estuvo
      predicando dale que dale como si me estuviera leyendo un sermón. Pero yo no
      escuché  ni  la  décima  parte  de  sus  palabras  porque,  como  puedes  suponer,
      pensaba en mi querido Wickham, y en si se pondría su traje azul para la boda.
        » Bueno; desayunamos a las diez, como de costumbre. Yo creí que aquello no
      acabaría nunca, porque has de saber que los tíos estuvieron pesadísimos conmigo
      durante todo el tiempo que pasé con ellos. Créeme, no puse los pies fuera de casa
      en  los  quince  días;  ni  una  fiesta,  ninguna  excursión,  ¡nada!  La  verdad  es  que
      Londres no estaba muy animado; pero el Little Theatre estaba abierto. En cuanto
      llegó el coche a la puerta, mi tío tuvo que atender a aquel horrible señor Stone
      para  cierto  asunto.  Y  ya  sabes  que  en  cuanto  se  encuentran,  la  cosa  va  para
      largo. Bueno, yo tenía tanto miedo que no sabía qué hacer, porque mi tío iba a ser
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