Page 101 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
P. 101

—Estáis todos equivocados; yo sé quién es el asesino. Justine, la pobre y buena
           Justine, es inocente.
               En  aquel  instante  entró  mi  padre.  Vi  la  aflicción  hondamente  impresa  en  su
           semblante,  pero  se  esforzó  en  saludarme  con  alegría;  y  tras  intercambiar  unas

           palabras  de  mutua  condolencia,  habríamos  abordado  cualquier  tema  menos  el  de
           nuestra desgracia, de no ser por Ernest, que exclamó:
               —¡Dios mío, papá! Victor dice que sabe quién es el asesino del pobre William.
               —Nosotros  también,  por  desgracia  —replicó  mi  padre—;  pues  desde  luego,

           habría preferido seguir en la ignorancia a descubrir tanta depravación e ingratitud en
           alguien de quien tenía alto concepto.
               —Padre, está usted equivocado; Justine es inocente.
               —Si lo es, no consienta Dios que sufra como culpable. Hoy va a ser juzgada; y

           espero, sinceramente lo espero, que sea absuelta.
               Estas palabras me tranquilizaron. Yo estaba firmemente convencido en mi fuero
           interno  de  que  Justine,  y  por  supuesto  cualquier  ser  humano,  era  inocente  de  este
           crimen. No temía, por tanto, que cualquier prueba circunstancial que pudiera aducirse

           fuera lo bastante sólida como para condenarla. No era posible anunciar públicamente
           mi historia; su espantoso horror sería juzgado locura por el vulgo. ¿Habría alguien,
           efectivamente, aparte de mí mismo, el creador, capaz de creer, a menos de que le
           convenciesen sus sentidos, en la existencia de ese testimonio viviente de presunción y

           de atolondrada ignorancia que yo había liberado en el mundo?
               No tardó Elizabeth en reunirse con nosotros. El tiempo la había cambiado desde
           la última vez que la había visto; había impresa en ella una dulzura que superaba la
           belleza  de  sus  años  infantiles.  Tenía  el  mismo  candor,  la  misma  vivacidad,  pero

           unidos a una expresión más llena de sensibilidad e inteligencia. Me saludó con el
           mayor afecto.
               —Tu llegada, querido primo —dijo—, me llena de esperanzas. Quizá encuentres

           tú el medio de justificar a mi pobre e inocente Justine. ¡Ay! ¿Quién se sentirá seguro
           si la declaran a ella culpable? Confío en su inocencia con tanta seguridad como en la
           mía. Nuestra desgracia es doblemente dolorosa; no solo hemos perdido a nuestro niño
           querido,  sino  que  esta  pobre  muchacha,  a  la  que  quiero  sinceramente,  va  a  ser
           arrebatada por un destino aún peor. Si la condenan, nunca más volveré a conocer la

           alegría. Pero no la condenarán, estoy segura de que no la condenarán; así que volveré
           a ser feliz otra vez, aun después de la dolorosa muerte de mi pequeño William.
               —Es inocente, Elizabeth —dije yo—; eso quedará probado; no temas nada, y deja

           que tu ánimo renazca con la seguridad de la absolución.
               —¡Qué bueno y generoso eres! Todos los demás la creen culpable, y eso me hacía
           desdichada, pues sabía que era imposible; al ver a todo el mundo tan terriblemente
           predispuesto contra ella me llenaba de angustia y desesperanza —lloró.
               —Queridísima  sobrina  —dijo  mi  padre—;  seca  tus  ojos.  Si  es  inocente  como

           crees, confía en la justicia de nuestras leyes, y en la energía con que impediré la más



                                             ebookelo.com - Página 101
   96   97   98   99   100   101   102   103   104   105   106