Page 120 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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pequeños animalillos alados que con frecuencia interceptaban la luz de mis ojos.
Empecé a observar también, con mayor precisión, las formas que me rodeaban, y a
distinguir los contornos del techo radiante que formaba una bóveda por encima de mí.
Unas veces trataba de imitar los cantos deliciosos de los pájaros, pero no podía.
Otras, trataba de expresar mis sensaciones a mi propia manera, pero los toscos e
inarticulados sonidos que brotaban de mi garganta me asustaban y me hacían
enmudecer.
La luna había desaparecido de la noche, y había surgido otra vez, menguada,
mientras yo seguía en el bosque. Por entonces, mis sensaciones se habían vuelto
claras, y mi mente contenía cada día más ideas. Mis ojos se acostumbraron a la luz, y
a percibir los objetos en su justa forma: distinguía al insecto de la hierba, y poco a
poco, una hierba de otra. Descubrí que el gorrión solo profería notas discordantes,
mientras que las del mirlo y las del tordo eran dulces y seductoras.
Un día en que me sentía acosado por el frío, encontré una fogata que habían
dejado unos vagabundos, y me sentí inundado de placer ante el calor que experimenté
junto a ella. En mi alegría, metí mi mano entre las ascuas encendidas, pero la retiré
inmediatamente con un grito de dolor. ¡Qué extraño, pensé, que la misma causa sea
capaz de producir efectos tan opuestos! Examiné los materiales del fuego, y descubrí
que se trataba de leña. Recogí rápidamente algunas ramas, pero estaban mojadas y no
ardieron. Esto me apesadumbró, y me quedé sentado, observando la actividad del
fuego. La leña mojada que había puesto junto a la fogata se secó y acabó
encendiéndose también. Reflexioné sobre esto y, tocando las diversas ramas, descubrí
cuál era la causa, de modo que me dediqué afanosamente a recoger gran cantidad de
leña, a fin de secarla y tener así suficiente provisión. Al llegar la noche, trayendo el
sueño consigo, sentí un gran temor de que el fuego se apagase. Lo cubrí
cuidadosamente con leña seca y hojas, y coloqué ramas mojadas encima; luego,
extendiendo la capa, me tumbé en el suelo y me quedé dormido.
Había amanecido cuando desperté, y mi primer cuidado fue visitar el fuego. Lo
destape, y una suave brisa lo avivó rápidamente, encendiendo una llama. Observé eso
también, confeccioné un aventador con ramas y con él avivé las brasas casi apagadas.
Cuando llegó la noche de nuevo, me di cuenta con placer de que el fuego daba luz a
la vez que calor, y el descubrimiento de esta cualidad^ me resultó útil para preparar
alimentos, pues había encontrado algunos restos de asado que los viajeros habían
dejado, y que tenían un sabor mucho más grato que las bayas que yo cogía de los
árboles. Así que probé a preparar mi comida de la misma manera, colocándola en las
brasas vivas. Descubrí que las bayas se estropeaban de esta forma, y que las nueces y
raíces mejoraban mucho.
Pero empezó a escasear la comida, y a menudo me pasaba el día entero buscando
en vano alguna bellota con que mitigar los tormentos del hambre. Al darme cuenta de
esto, decidí abandonar el lugar que hasta ahora había habitado, y buscar otro donde
pudiera satisfacer más fácilmente las pocas necesidades que sentía. Lo que más me
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