Page 118 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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decidir. De ti depende si debo dejar para siempre la vecindad del hombre y llevar una
vida inofensiva, o convertirme en azote de tus semejantes y autor de tu propia e
inmediata ruina.
Dicho esto, emprendió la marcha por el hielo; le seguí. Tenía el corazón
agobiado, y no le contesté; pero mientras caminábamos, sopesé los diferentes
argumentos que él había esgrimido, y decidí, al menos, escuchar su historia. En parte,
me movía la curiosidad, y la compasión reforzaba esta resolución. Hasta aquí le había
tenido por el asesino de mi hermano, y deseaba vivamente confirmar o desechar tal
suposición. Por primera vez, también, comprendí cuáles eran los deberes de un
creador con su criatura, y que debía hacerla feliz antes que lamentar su perversidad.
Estos motivos me impulsaron a acceder a su petición. Así que cruzamos el hielo y
subimos a la roca opuesta. El aire era frío, y la lluvia empezaba a caer otra vez;
entramos en la cabaña, el demonio con expresión exultante, y yo con el corazón
oprimido y el ánimo desalentado. Pero accedí a escucharle; me senté junto al fuego
que mi odioso compañero había encendido, y él empezó de este modo su relato.
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