Page 116 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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No bien hube dicho esto cuando vi de pronto, a cierta distancia, la figura de un
hombre que venía hacia mí con sobrehumana rapidez. Saltaba las grietas del hielo,
entre las que yo había avanzado con lenta precaución; su estatura, a medida que se
acercaba, parecía exceder la del hombre normal. Me sentí turbado; se me nublaron los
ojos, y noté que me invadía un desfallecimiento; pero gracias al aire frío de las
montañas, me recobré enseguida. Descubrí, al aproximarse más aquella forma
(¡tremenda, odiosa visión!), que era el desdichado ser creado por mí. Temblé de rabia
y de horror, y decidí esperarle para entablar con él un combate mortal. Al fin llegó; su
expresión reflejaba una angustia infinita, no exenta de desprecio y malevolencia,
mientras su espantosa fealdad le hacía casi insoportable a los ojos humanos. Pero
apenas me di cuenta de esto: la rabia y el odio me habían privado de la voz, y solo me
recobré para cubrirle de expresiones de furiosa abominación y desprecio.
—¡Demonio! —exclamé—, ¿cómo te atreves a acercarte a mí? ¿No temes que
descargue la fiera venganza de mi brazo agraviado sobre tu miserable cabeza? ¡Vete,
insecto despreciable! ¡O más bien quédate, que pueda devolverte al polvo! ¡Ah!
¡Ojalá fuese posible, con la supresión de tu existencia, restituir a las víctimas que tan
diabólicamente has aniquilado!
—Esperaba esta acogida —dijo el demonio—. Todos los hombres odian a los
desventurados; así que ¡cuánto no me deben odiar a mí, que soy el más desdichado de
los seres vivientes! Sin embargo, tú, mi creador, detestas y desprecias a tu criatura, a
la que tu arte te ligó con lazos que solo disolverá la desaparición de uno de los dos.
Pretendes matarme. ¿Cómo te atreves a jugar de este modo con la vida? Cumple tu
deber para conmigo, y yo cumpliré el mío respecto a ti y al resto de los hombres. Si
accedes a cumplir mis condiciones, os dejaré en paz; pero si rehúsas, cebaré el buche
de la muerte hasta saciarla con la sangre de los amigos que aún te quedan.
—¡Monstruo abominable! ¡Demonio de la perversión! Las torturas del infierno
son una venganza demasiado indulgente para tus crímenes. ¡Engendro desdichado!
Me reprochas el haberte dado el ser; ven, pues, que pueda extinguir la chispa que tan
descuidadamente te infundí.
Mi enojo no tenía límites; me abalancé sobre él, impulsado por todos los
sentimientos que pueden enconar a un ser contra la existencia de otro.
Me eludió fácilmente, y dijo:
—¡Cálmate! Te ruego que me escuches, antes de descargar tu odio sobre mi
desventurada cabeza. ¿No he sufrido bastante, que aún tratas de aumentar mi
desdicha? Estimo mi vida, aunque solo sea un cúmulo de aflicciones, y la defenderé.
Recuerda que me has hecho más poderoso que tú mismo; mi estatura es superior a la
tuya, y mis articulaciones más flexibles. Pero no siento deseos de alzarme contra ti.
Soy tu criatura, y seré incluso manso y dócil ante mi señor y rey natural, si tú también
cumples tu parte, cosa que me debes. ¡Oh, Frankenstein!, no seas justo con los demás,
y déspota conmigo únicamente, ya que soy a quien más debes mostrar tu justicia,
incluso tu clemencia y afecto. Recuerda que soy tu criatura; debería ser tu Adán, pero
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