Page 123 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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ordenando  la  casa;  luego  sacó  algo  de  un  cajón  —con  lo  que  ocupó  después  sus
           manos— y se sentó junto al anciano, el cual, tomando un instrumento, comenzó a
           tocar y producir unos sonidos más dulces que la voz de los tordos y los ruiseñores.
           Era  una  escena  encantadora  incluso  para  mí,  ¡pobre  desdichado!,  que  jamás  había

           visto nada tan hermoso hasta ahora. El cabello plateado y el semblante benévolo del
           viej o campesino conquistaron mi respeto, mientras que los dulces modales de la niña
           cautivaron mi amor. El viejo tocaba una tonada dulce y triste que, según descubrí,
           arrancaba lágrimas de los ojos de su amable compañera; cosa de la que el viejo no se

           dio  cuenta,  hasta  que  ella  sollozó  de  manera  audible;  entonces  él  pronunció  unos
           cuantos sonidos, y la rubia criatura, dejando la labor, se arrodilló a sus pies. Él la
           levantó y sonrió con tal ternura y afecto que yo mismo experimentó una emoción
           extraña e irresistible; era una mezcla de dolor y de placer, tal como no me habían

           hecho sentir jamás ni el hambre y el frío; ni el calor y el alimento; me retiré de la
           ventana, incapaz de soportarlo.
               Poco después regresó el joven, que llevaba al hombro una carga de leña. La niña
           salió a la puerta a recibirle; le ayudó a descargar y a entrar un poco de leña a la casa,

           y la echó al fuego; luego ella y el joven se retiraron a un rincón de la casa, y él le
           enseñó una gran hogaza y un trozo de queso. Ella pareció alegrarse y salió al huerto a
           coger unas cuantas raíces y plantas, las metió en el agua y luego las puso al fuego.
           Después volvió a coger su labor, y el joven salió al huerto y se dedicó afanosamente a

           cavar y extraer raíces. Después de trabajar de este modo alrededor de una hora, la
           joven fue a buscarle, y entraron juntos en la casa.
               El  viejo,  entretanto,  había  permanecido  pensativo;  pero  al  aparecer  sus
           compañeros adoptó un aire más alegre, y se sentaron a comer. Terminaron enseguida.

           La joven se dedicó otra vez a ordenar; el anciano salió a pasear unos minutos al sol
           por delante de la casa, apoyado en el brazo del joven. Nada podría superar en belleza
           el  contraste  entre  estos  dos  seres  excelentes.  Uno  era  viejo,  con  los  cabellos

           plateados, y un semblante que resplandecía de benevolencia y amor; el más joven era
           de delgada y graciosa figura, y su rostro estaba modelado con la más bella simetría,
           aunque sus ojos y su actitud expresaban una profunda tristeza y desaliento. Luego el
           anciano  regresó  a  la  casa,  y  el  joven,  con  herramientas  distintas  a  las  que  había
           empleado por la mañana, se encaminó al otro lado de los campos.

               La noche cerró rápidamente, pero para mi mayor asombro, vi que los campesinos
           tenían  un  medio  de  prolongar  la  luz  mediante  el  uso  de  velas,  y  fue  una  alegría
           descubrir que la puesta de sol no puso fin al placer que yo experimentaba observando

           a mis vecinos humanos. Por la noche, la niña y su compañero se entregaron a diversas
           ocupaciones que yo no entendí; y el anciano cogió nuevamente el instrumento que
           producía los diversos sonidos que me habían encantado por la mañana. Tan pronto
           como hubo terminado, empezó el joven, no a tocar, sino a emitir sonidos monótonos,
           que no tenían la armonía del instrumento del anciano ni los cantos de los pájaros;

           luego  supe  que  leía  en  voz  alta,  pero  entonces  no  sabía  nada  de  la  ciencia  de  las



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