Page 130 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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dichoso,  y  acogía  a  su  árabe  con  sonrisas  de  felicidad.  Agatha,  la  siempre  dulce
           Agatha, besó las manos de la encantadora desconocida y, señalando a su hermano,
           hizo  signos  que  parecían  indicar  que  él  había  estado  muy  triste  hasta  su  llegada.
           Pasaron de este modo unas horas; entretanto, sus rostros expresaban una alegría cuya

           causa  no  entendía  yo.  Luego  descubrí,  por  la  frecuencia  con  que  la  desconocida
           repetía algún sonido después de pronunciarlo ellos, que se esforzaba en aprender el
           lenguaje  de  mis  amigos;  y  al  punto  se  me  ocurrió  que  yo  podría  aprovechar  las
           mismas  instrucciones  con  el  mismo  fin.  La  desconocida  aprendió  unas  veinte

           palabras  en  la  primera  lección,  la  mayoría  de  las  cuales,  efectivamente,  las  había
           aprendido yo ya; pero me beneficié de las otras.
               Al llegar la noche, Agatha y la joven árabe se retiraron temprano. Al separarse,
           Félix  besó  la  mano  de  la  desconocida  y  dijo:  «Buenas  noches,  dulce  Safie».  Él

           permaneció  en  vela  bastante  rato,  conversando  con  su  padre,  y  por  la  frecuente
           repetición de su nombre, supuse que el tema era la encantadora huésped. Yo deseaba
           ardientemente comprenderles, y ponía todos mis sentidos en ello; pero me resultaba
           totalmente imposible.

               A  la  mañana  siguiente,  Félix  salió  a  su  trabajo;  y  cuando  Agatha  terminó  sus
           quehaceres habituales, la joven árabe se sentó a los pies del anciano; y tomando la
           guitarra, tocó unos aires tan bellos que enseguida me arrancaron lágrimas de tristeza
           y de placer. Cantó, y su voz fluyó en rica cadencia, subiendo o perdiéndose como el

           canto de un ruiseñor de los bosques.
               Al terminar, ofreció la guitarra a Agatha, quien al principio la rechazó. La tomó
           luego, y tocó una tonada sencilla, acompañándola con los dulces acentos de su voz,
           muy distintos del canto melodioso de la desconocida. El anciano parecía embelesado,

           y dijo unas palabras que Agatha se esforzó en explicar a Safie, mediante las cuales
           parecía querer decirle que su música le había producido un placer inmenso.
               Los días transcurrieron ahora tan pacíficamente como antes, con el único cambio

           de que la alegría había sustituido a la tristeza en los semblantes de mis amigos. Safie
           estaba  siempre  contenta  y  feliz;  ella  y  yo  progresamos  rápidamente  en  el
           conocimiento de la lengua, de forma que en dos meses empecé a entender la mayoría
           de las palabras que empleaban mis protectores.
               Entretanto, también, la tierra negra se cubrió de hierba, y las verdes laderas se

           salpicaron  de  innumerables  flores,  tan  dulces  para  la  vista  como  para  el  olfato,
           estrellas de pálido resplandor entre los bosques iluminados por la luna; el sol aumentó
           su rigor, las noches se volvieron más claras y fragantes, y mis vagabundeos nocturnos

           se hicieron sumamente placenteros, aunque eran bastante más cortos, ya que el sol
           tardaba en ocultarse y despuntaba muy pronto, y yo no me atrevía a salir de día por
           temor a recibir el mismo trato que había sufrido en el primer pueblo en que me había
           arriesgado a entrar.
               Pasaba  los  días  profundamente  atento,  a  fin  de  poder  dominar  rápidamente  el

           lenguaje;  y  puedo  jactarme  de  que  progresé  más  deprisa  que  la  joven  árabe,  que



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