Page 135 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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poco entusiasmado, ya que sabía que aún estaba a merced de su libertador si este
decidía denunciarle al Estado italiano, donde ahora se encontraban. Urdió mil planes
que le permitiesen prolongar el engaño hasta que ya no fuese necesario, y llevarse a
su hija secretamente cuando tuviera que marcharse; planes que se vieron favorecidos
por las noticias que llegaron de París.
El gobierno de Francia, irritado por la fuga de su víctima, no había escatimado
esfuerzos para descubrir y castigar a su libertador. La intriga de Félix había sido
descubierta rápidamente, y De Lacey y Agatha habían sido encarcelados. La noticia
llegó a Félix y le despertó de su sueño de amor. Su padre ciego y anciano y su dulce
hermana se hallaban en un inmundo Calabozo, mientras que él gozaba del aire libre y
de la compañía de su amada. Esta idea fue una tortura para él. Rápidamente, acordó
con el turco que, si este encontraba ocasión de escapar antes de que Félix pudiese
volver a Italia, Safie se quedaría como pupila en un convento de Livorno; y tras
despedirse de su hermosa árabe, regresó apresuradamente a París y se entregó a la
venganza de la ley, esperando liberar de este modo a De Lacey y a Agatha.
No lo consiguió. Siguieron en prisión durante cinco meses, antes de que tuviera
lugar el juicio, cuyo resultado les privó de su fortuna y les condenó al exilio perpetuo
de su país natal.
Encontraron un refugio miserable en la casa de Alemania, donde yo les encontré.
Félix no tardó en enterarse de que el traidor turco, por quien él y su familia sufrían
tan inaudita opresión, al enterarse de que su libertador había quedado reducido a la
miseria y la ruina, había traicionado los nobles sentimientos y el honor, y había
abandonado Italia con su hija, enviando a Félix una insultante cantidad de dinero para
ayudarle, según decía, en su futuro mantenimiento.
Tales eran los hechos que devoraban el corazón de Félix y le habían convertido,
cuando yo le vi por primera vez, en el más desdichado de la familia. Habría podido
soportar la pobreza, y en la medida en que esta desgracia había sido la recompensa de
su virtud, se enorgullecía de ella; pero la ingratitud del turco y la pérdida de su amada
Safie eran desgracias más amargas e irreparables. La llegada de la joven árabe, ahora,
había infundido nueva vida a su alma.
Cuando se supo en Livorno la noticia de que Félix había sido despojado de su
fortuna y de su rango social, el mercader ordenó a su hija que no pensase más en él y
se dispusiera a regresar a su patria. La generosa naturaleza de Safie se sintió ofendida
por esta orden; trató de protestar, pero su padre, tras repetir su tiránico mandato, se
retiró, dejándola sumamente furiosa.
Unos días más tarde, entró el turco en el aposento de su hija y le dijo
apresuradamente que tenía motivos para creer que había sido descubierta su
residencia en Livorno, y que no tardarían en entregarle al gobierno francés; de modo
que había fletado una nave a fin de que le llevase a Constantinopla, para cuya ciudad
zarparía en unas horas. Se proponía dejar a la hija bajo los cuidados de un fiel
servidor, para que le siguiese sin prisas, juntamente con la mayor parte de sus bienes,
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