Page 134 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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del mercader, el celo de Félix se vio alentado por varias cartas que recibió de esta
joven, la cual encontró el medio de expresar sus pensamientos en la lengua del
enamorado con ayuda de un viejo criado de su padre que entendía el francés. Le
agradecía, en los términos más ardientes, el servicio que se proponía prestarles, al
tiempo que se lamentaba dulcemente de su propio destino.
Tengo copias de estas cartas, ya que durante el tiempo que viví en el cobertizo
encontré la forma de procurarme utensilios de escribir; y las cartas anduvieron con
frecuencia en manos de Félix y de Agatha. Antes de marcharme te las daré; ellas te
probarán la verdad de lo que te cuento; pero de momento, dado que el sol se ha
puesto hace rato, solo tengo tiempo de resumirte lo esencial.
Safie contaba que su madre era una árabe cristiana, apresada y convertida en
esclava por los turcos; avalada por su belleza, se había ganado el corazón del padre
de Safie, quien la tomó por esposa. La joven hablaba en términos elevados y
entusiastas de su madre, que nacida en libertad, menospreció la esclavitud a la que se
veía reducida. Instruyó a su hija en los principios de su religión y la enseñó a aspirar
al poder superior del intelecto y a una independencia espiritual vedada a las
seguidoras de Mahoma. Murió esta dama, pero sus enseñanzas quedaron impresas de
forma imborrable en el espíritu de Safie, a quien apenaba la idea de regresar a Asia a
encerrarse entre los muros de un harén, para ocuparse tan solo en diversiones
pueriles, impropias del carácter de su alma, acostumbrada ahora a las grandes ideas y
a la noble emulación de la virtud. La perspectiva de casarse con un cristiano y
quedarse en un país donde las mujeres tenían un puesto en la sociedad le resultaba
seductora.
Se fijó el día para la ejecución del turco; sin embargo, la noche antes logró huir de
la prisión, y al amanecer se encontraba a muchas leguas de París. Félix le había
proporcionado pasaportes a nombre de su padre, de su hermana y de él mismo.
Previamente, había comunicado su plan al primero, y este cooperó en dicha
simulación abandonando su casa con el pretexto de emprender un viaje, y
ocultándose, con su hija, en un lugar apartado de París.
Félix condujo a los fugitivos por Francia hasta Lyon, cruzó el Mont Cenis y se
dirigieron a Livorno, donde el mercader había decidido esperar a que se presentase
una ocasión favorable para pasar a alguna parte de los dominios turcos.
Safie decidió permanecer con su padre hasta el momento de su partida, antes de la
cual el turco renovó su promesa de casar a su hija con su libertador; y Félix
permaneció con ellos en espera de tal acontecimiento; entretanto, disfrutó de la
compañía de la joven árabe, quien dio muestras del más sencillo y tierno afecto hacia
él. Conversaban por intermedio de un intérprete, y a veces con el lenguaje de las
miradas; y Safie cantaba para él las más divinas melodías de su país natal.
El turco consentía esta intimidad y alentaba las esperanzas de los jóvenes
enamorados, mientras trazaba en su corazón planes muy distintos. Detestaba la idea
de que su hija se uniese a un cristiano, pero temía el rencor de Félix si se mostraba
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