Page 139 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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había llevado de tu laboratorio. Al principio no les había hecho caso; pero ahora que
era capaz de descifrar su escritura, comencé a estudiarlos con interés. Era tu diario de
los cuatro meses que precedieron a mi creación. En estos papeles describías con
detalle cada uno de los pasos que diste en el proceso de tu trabajo; la historia estaba
mezclada con anotaciones sobre tu vida familiar. Sin duda te acordarás de esos
papeles. Aquí están. Cuentan todo lo referente a mi desdichado origen, las
repugnantes circunstancias que lo hicieron posible, con la más minuciosa descripción
de mi abominable figura, en un lenguaje que refleja tu propio horror, y que grabó el
mío de forma imborrable. ¡Sentí náuseas al leerlo! ¡Maldito sea el día en que recibí la
vida! —exclamé con agonía—. ¡Maldito mi creador! ¿Por qué fabricaste un monstruo
tan espantoso que incluso tú mismo te apartaste horrorizado de mí? Dios, en su
misericordia, hizo al hombre hermoso y atractivo, a su propia imagen; en cambio, mi
figura era una mezcla inmunda, una parodia de la tuya, más espantosa aún por su
mismo parecido. Satanás tuvo a sus compañeros, a sus demonios seguidores, que le
admiraban y alentaban; pero yo me encuentro solo y soy abominado.
Estas fueron mis reflexiones en las horas de desaliento y de soledad; pero cuando
contemplaba las virtudes de los moradores de la casa, sus dulces y amables
disposiciones, me persuadía de que cuando conociesen la admiración que yo sentía
por ellos se compadecerían de mí y pasarían por alto mi deformidad personal. ¿Cómo
iban a cerrar las puertas a alguien que, aunque monstruoso, solicitaba su compasión y
amistad? Decidí, al menos, no desesperar, y prepararme en todos los sentidos para
celebrar con ellos la entrevista que decidiría mi destino. Aplacé este paso unos meses,
pues la importancia que concedía a mi éxito me inspiraba un gran temor a fracasar.
Además, descubrí que mi entendimiento mejoraba tanto con la experiencia diaria que
no deseaba acometer esta empresa hasta haber aumentado mi experiencia unos meses
más.
Entretanto, acontecieron varios cambios en la casa. La presencia de Safie infundía
felicidad entre sus moradores; y observé también que reinaba un mayor grado de
abundancia. Félix y Agatha pasaban más tiempo distrayéndose o conversando, y
tenían criados que les ayudaban en sus tareas. No parecían ricos, pero estaban
contentos y eran felices; sus sentimientos eran serenos y pacíficos, mientras que los
míos se volvían cada día más tumultuosos. El aumento del saber no hizo sino
ponerme aún más de manifiesto que era un proscrito. Yo alimentaba esperanzas, es
cierto, pero se desvanecían cuando veía mi figura reflejada en el agua o mi sombra
recortada por la luz de la luna, pese a que la imagen era débil y la sombra inconstante.
Procuré vencer estos temores y cobrar fuerzas para la prueba que había decidido
afrontar en el plazo de unos meses; a veces, dejaba que mis pensamientos vagaran
libres del freno de la razón por los campos del Paraíso, y me atrevía a imaginar que
unas criaturas encantadoras y afables compartían mis sentimientos y disipaban mi
tristeza; sus rostros angelicales irradiaban sonrisas de consuelo. Pero todo era un
sueño; no tenía una Eva que aliviase mi dolor y compartiese mis pensamientos;
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