Page 141 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
P. 141

delante del cobertizo para ocultar mi escondite. El aire fresco me reanimó, y me dirigí
           con renovada decisión a la puerta de la casa. Llamé:
               —¿Quién es? —dijo el anciano—. Pase.
               Entré.

               —Perdone  esta  intrusión  —dije—;  soy  un  viajero  que  necesita  un  poco  de
           descanso;  le  agradecería  muchísimo  que  me  permitiese  permanecer  unos  minutos
           junto al fuego.
               —Pase —dijo De Lacey—; trataré de aliviar en lo que pueda su necesidad; pero

           desafortunadamente, mis hijos no están en casa, y yo soy ciego y me temo que va a
           ser difícil proporcionarle alimento.
               —No se preocupe, amable anfitrión; tengo comida; solo es calor y descanso lo
           que necesito.

               Me senté, y se produjo un silencio. Yo sabía que cada minuto era precioso para
           mí; sin embargo, no sabía cómo empezar la conversación, hasta que el anciano me
           preguntó:
               —Por su acento, extranjero, deduzco que es usted compatriota mío; ¿es francés?

               —No;  pero  he  sido  educado  por  una  familia  francesa  y  solo  comprendo  esa
           lengua. Ahora voy a pedir protección a unos amigos a quienes quiero sinceramente, y
           cuyo favor tengo algunas esperanzas de conseguir.
               —¿Son alemanes?

               —No;  son  franceses.  Pero  cambiemos  de  tema.  Soy  un  ser  desventurado  y
           solitario; miro a mi alrededor, y no tengo parientes ni amigo alguno en la tierra. Esta
           gente amable a la que me dirijo no me ha visto nunca y nada sabe de mí. Me siento
           lleno de temores; porque si fracaso, seré un proscrito en el mundo para siempre.

               —No  desespere.  Carecer  de  amigos  es,  efectivamente,  una  desventura;  pero  el
           corazón de los hombres, si no está predispuesto por algún egoísmo, rebosa de caridad
           y de amor fraternal. Tenga fe, pues, en sus esperanzas; si estos amigos son buenos y

           afectuosos, no tiene por qué desesperar.
               —Son  buenos;  son  los  seres  más  excelentes  del  mundo;  pero,  por  desgracia,
           estarán predispuestos contra mí. Yo tengo buena disposición; mi vida hasta ahora ha
           sido  inofensiva,  y  en  cierto  modo  benefactora;  pero  un  prejuicio  fatal  nublará  sus
           ojos, y donde debieran ver a un amigo afectuoso y sensible, solo verán a un monstruo

           detestable.
               —Esto  es,  en  efecto,  una  desgracia;  pero  si  es  usted  irreprochable,  ¿no  puede
           desengañarles?

               —Estoy a punto de intentar esa empresa; por esa razón siento tan abrumadores
           terrores.  Amo  tiernamente  a  estos  amigos;  sin  que  ellos  lo  sepan,  me  he
           acostumbrado  durante  muchos  meses  a  admirar  a  diario  su  amabilidad;  pero  ellos
           creerán que yo deseo hacerles daño, y ese es el prejuicio que yo quiero vencer.
               —¿Dónde viven estos amigos?

               —Cerca de este lugar.



                                             ebookelo.com - Página 141
   136   137   138   139   140   141   142   143   144   145   146