Page 144 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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mujeres  huyendo,  y  el  furioso  Félix  arrancándome  de  los  pies  de  su  padre.  Me
           desperté agotado; y viendo que ya era de noche, salí sigilosamente de mi escondite en
           busca de alimento.
               Después  de  aplacar  el  hambre  dirigí  mis  pasos  hasta  el  sendero  familiar  que

           conducía  a  la  casa.  Todo  estaba  tranquilo.  Me  deslicé  en  el  cobertizo  y  esperé  en
           silencio a que llegase la hora acostumbrada de levantarse la familia. Pasó esa hora, se
           elevó  el  sol  en  el  cielo,  pero  los  moradores  no  aparecieron.  Me  estremecí
           violentamente  temiendo  alguna  espantosa  desgracia.  El  interior  de  la  casa  estaba

           oscuro  y  no  se  oía  movimiento  ninguno.  No  puedo  describir  la  agonía  de  esta
           incertidumbre.
               Poco después pasaron por allí dos campesinos; se detuvieron a poca distancia y se
           pusieron a hablar gesticulando de forma enérgica; pero no entendí lo que decían, ya

           que hablaban en la lengua del país, que era distinta de la de mis protectores. Poco
           después, sin embargo, apareció Félix con otro hombre; me sorprendió, pues yo sabía
           que no había abandonado la casa esa mañana, y aguardé con ansiedad para averiguar
           por sus palabras el significado de estas inusitadas apariciones.

               —¿Se da cuenta —le dijo su compañero— de que está obligado a pagar la renta
           de  tres  meses  y  que  perderá  el  producto  de  su  huerto?  No  quiero  aprovecharme
           indebidamente, de modo que le ruego que lo piense unos días, antes de tomar una
           decisión.

               —Es inútil que insista —replicó Félix—; no volveremos a vivir en esta casa. La
           vida  de  mi  padre  corre  grave  peligro  debido  al  espantoso  incidente  que  ya  le  he
           contado. Mi esposa y mi hermana jamás se recobrarán de su horror. Le suplico que no
           insista más. Tome posesión de su vivienda y deje que me vaya de este lugar.

               Félix temblaba visiblemente mientras hablaba. Entraron él y su acompañante en
           la casa, en la que estuvieron unos minutos, y luego se marcharon. No volví a ver más
           a ningún miembro de la familia De Lacey.

               Permanecí el resto del día en el cobertizo en un estado de completa y estúpida
           desesperación. Mis protectores se habían marchado y habían roto el único lazo que
           me mantenía unido al mundo. Por primera vez embargaron mi pecho sentimientos de
           venganza y de odio, y no hice nada por reprimirlos, sino que dejándome llevar por
           ese torbellino, mi mente se orientó hacia la destrucción y la muerte. Al pensar en mis

           amigos, en la voz sosegada de De Lacey, en los ojos dulces de Agatha y la exquisita
           belleza  de  la  joven  árabe,  se  me  disiparon  tales  pensamientos,  y  un  torrente  de
           lágrimas me alivió un poco. Pero al recordar otra vez que me habían despreciado y

           abandonado, me volvió la cólera, un arrebato de cólera; e incapaz de infligir daño a
           ningún ser humano, volví mi furia hacia los objetos inanimados. Al llegar la noche
           apilé un montón de leña alrededor de la casa, y después de destruir todo rastro de
           cultivo en el huerto, aguardé con contenida impaciencia a que la luna se ocultase para
           poner en práctica mi decisión.

               Al  avanzar  la  noche,  se  levantó  un  fuerte  viento  desde  el  bosque  que  disipó



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