Page 149 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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Capítulo XVII








           Terminó de hablar el ser, y clavó en mí su mirada, esperando una respuesta. Pero yo
           estaba estupefacto, perplejo, y era incapaz de ordenar mis ideas lo suficiente como
           para comprender el alcance de sus palabras. Y prosiguió:
               —Debes  crear  una  mujer  para  mí,  con  la  que  pueda  intercambiar  los  afectos

           necesarios para mi existencia. Solo tú puedes hacerlo, y te lo exijo como un derecho
           que no debes negarte a conceder.
               La última parte de su historia había vuelto a encender en mí la ira que se había
           apaciguado mientras relataba su vida pacífica entre los moradores de la casa; y al

           oírle esto, no pude contener más la cólera que ardía en mi interior.
               —Me niego por completo —repliqué—; y ninguna tortura logrará obligarme a
           acceder. Puedes convertirme en el más desdichado de los hombres, pero me volverás
           despreciable ante mis propios ojos. ¿Crear otro ser como tú, para que vuestra maldad

           unida pueda desolar al mundo? ¡Vete! Te lo repito; puedes torturarme, pero accederé.
               —No  tienes  razón  —replicó  el  demonio—;  lejos  de  amenazar,  me  limito  a
           razonar contigo. Soy malvado porque soy desgraciado. ¿No me odia y me rehúye la
           humanidad? Tú, mi creador, me despedazarías y te alegrarías, tenlo presente; así que

           dime, ¿por qué tengo yo que compadecerme del hombre más de lo que se compadece
           él  de  mí?  Si  pudieses  arrojarme  a  uno  de  esos  precipicios  de  hielo  y  destruir  mi
           cuerpo, obra de tus propias manos, no lo llamarías homicidio. ¿Y debo respetar yo al
           hombre, cuando él me condena? Que intercambie sus amabilidades conmigo, y en

           vez de daño derramaré sobre él todos los beneficios con lágrimas de agradecimiento
           por su aceptación. Pero no; los sentimientos humanos son barreras insalvables para
           nuestra unión. Sin embargo, no obtendrá de mí una sumisión de abyecta esclavitud.
           Vengaré mis ofensas; si no puedo inspirar afecto, inspiraré terror; y a ti, mi mayor

           enemigo, por ser mi creador, te uro un odio inextinguible. Ten cuidado; buscaré tu
           destrucción, y no descansaré hasta desolar tu corazón, a fin de que maldigas la hora
           de tu nacimiento.
               Una furia demoníaca le animaba al decir esto; tenía el rostro contraído en una

           espantosa contorsión. Luego prosiguió:
               —Estoy tratando de razonar. Esta pasión es perjudicial para mí, ya que no te das
           cuenta de que eres tú la causa de su exceso. Si algún ser sintiese alguna benevolencia
           hacia mí, yo le devolvería cien, y aun esas cien centuplicadas; ¡pues por esa criatura

           haría yo las paces con toda la humanidad! Pero hablo de sueños de dicha que no se
           pueden realizar. Lo que pido de ti es razonable y modesto; te exijo una criatura de
           otro sexo, pero horrenda como yo; la compensación es pequeña, pero es cuanto puedo
           recibir, y con eso me conformo. Es cierto que seremos monstruos y viviremos lejos

           del resto del mundo; pero por esa razón nos sentiremos más unidos el uno al otro.


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