Page 152 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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Estos eran pensamientos insensatos y desventurados, pero me es imposible
describir cómo pesaba sobre mí el eterno parpadeo de los astros, y cómo escuchaba
cada ráfaga de viento como si fuese un siroco insistente y a punto de consumirme.
Despuntó el alba antes de que llegara yo al pueblo de Chamonix; no descansé,
sino que regresé inmediatamente a Ginebra. Incluso en mi propio corazón, era
incapaz de dar expresión a mis sentimientos; gravitaban sobre mí con el peso de una
montaña, y su mismo exceso me anulaba la agonía. Así regresé a casa; y al entrar, me
presenté ante la familia. Mi aspecto desencajado y macilento despertó gran alarma,
pero no contesté a ninguna de sus preguntas; apenas dije nada. Me sentía como un
proscrito… como si no tuviera derecho a pedirles comprensión… como si nunca más
pudiese gozar de su compañía. Sin embargo, aun así, los amaba hasta la adoración; y
para salvarles, decidí emprender la obra abominable. La perspectiva de semejante
empresa hacía que toda otra circunstancia de la existencia desfilara ante mí como un
sueño, y que solo ese pensamiento tuviese para mí consistencia real.
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