Page 150 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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Nuestras vidas no serán felices, pero serán inofensivas, y estarán libres de esta
desdicha que ahora me consume. ¡Oh, creador mío, hazme dichoso!, ¡deja que te
guarde gratitud por este único beneficio! Deja que vea nacer mi simpatía por algún
ser existente; ¡no rechaces esta petición!
Me sentía conmovido. Me estremecí al pensar en las posibles consecuencias si
accedía, pero me daba cuenta de que había cierta justicia en sus palabras. Su historia,
y los anhelos que ahora expresaba, demostraban que era una criatura de elevados
sentimientos; ¿y acaso no le debía yo, como hacedor suyo, toda la felicidad que mi
mano pudiera otorgarle? Él se dio cuenta de mi cambio de sentimientos y continuó:
—Si accedes, ni tú ni ningún ser humano volveréis a verme más; me iré a las
inmensas soledades de Sudamérica. Mi alimento no es el mismo que el del hombre;
yo no destruyó al cordero ni a la cabra para saciar mi apetito; las bellotas y las bayas
me proporcionan alimento suficiente. Mi compañera será de la misma naturaleza que
yo y se conformará con igual comida. Nos haremos un lecho con hojas secas; el sol
nos alumbrará como al hombre y madurará nuestro alimento. El cuadro que te
describo es pacífico y humano, y comprenderás que solo puedes negarte por
embriaguez de poder y de crueldad. Pero aunque has sido despiadado conmigo, veo
ahora compasión en tus ojos; déjame aprovechar el momento favorable para obtener
de ti la promesa que tan ardientemente deseo.
—Dices —repliqué— que huirás de las moradas del hombre para vivir en
aquellas soledades donde las fieras del campo serán tus únicas compañeras. ¿Cómo
podrás tú, que tanto anhelas el amor y la simpatía del hombre, vivir en ese exilio?
Regresarás, buscarás otra vez su compasión, y chocarás con su rechazo; renacerán tus
malas pasiones, y entonces tendrás a una compañera que te ayude en tu empresa
destructora. No puede ser; deja de discutir este asunto, pues no puedo acceder.
—¡Qué inconstantes son tus sentimientos! Hace un instante tan solo te sentías
conmovido por mis peticiones; ¿por qué te endureces otra vez ante mis quejas? Te
juro por la tierra que habito, y por ti que me hiciste, que abandonaré la vecindad del
hombre con la compañera que me concedas y viviré, si es posible, en el más salvaje
de los lugares. ¡Mis malas pasiones me abandonarán, ya que habré encontrado la
comprensión! Mi vida discurrirá en el sosiego; y en mi última hora, no maldeciré a
mi hacedor.
Estas palabras produjeron un extraño efecto en mí. Le compadecía, y a veces
sentía deseos de consolarle; pero cuando le miraba, cuando veía moverse y hablar
aquella masa inmunda, se me angustiaba el corazón y mis sentimientos se
transformaban en odio y horror. Trate de sofocar estos impulsos; pensé que si bien no
podía simpatizar con él, no tenía ningún derecho a negarle la pequeña porción de
felicidad que aún estaba en mi poder concederle.
—Juras ser inofensivo —dije—; pero ¿no has mostrado ya tal grado de maldad
que debería hacerme desconfiar razonablemente de ti? ¿No puede ser esto, incluso,
un fingimiento que aumentará tu triunfo proporcionándote más amplio campo para la
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