Page 151 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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venganza?
—¡Cómo! No juegues conmigo; te exijo una respuesta. Si carezco de lazos y de
afectos, el odio y el rencor serán mi destino; el amor de otra criatura eliminará la
causa de mis crímenes y me convertiré en un ser cuya existencia ignorarán los demás.
Mis pasiones son hijas de una obligada soledad que detesto, y mis virtudes surgirán
necesariamente cuando viva en comunión con un ser como yo. Recibiré el afecto de
un ser sensible y me uniré a la cadena de la existencia y los acontecimientos de la que
ahora estoy excluido.
Medité unos momentos sobre todo lo que me había contado y sobre los diversos
argumentos que había utilizado. Pensé en la disposición a la virtud de que había dado
muestras al principio de su existencia, y el hundimiento subsiguiente de todo
sentimiento amable a causa de la repugnancia y el desprecio que sus protectores
habían manifestado hacia él. No dejé de tener en cuenta su poder y sus amenazas; una
criatura capaz de subsistir en las cavernas de hielo y burlar las persecuciones entre las
crestas de los precipicios inaccesibles estaba dotaba de facultades con las que era
inútil competir. Tras larga reflexión, concluí que la justicia que les debía a él y a mis
semejantes me exigía que accediese a su demanda. Así que me volví y le dije:
—Accedo a lo que me pides si juras solemnemente abandonar Europa para
siempre, y cualquier otro lugar de la vecindad del hombre, tan pronto como deposite
en tus manos una mujer que te acompañe en el exilio.
—Juro por el sol —exclamó—, por el cielo azul y el fuego del amor que arde en
mi corazón, que si me concedes lo que te pido, no me verás otra vez mientras esas
cosas existan. Ve a tu casa y empieza el trabajo; yo vigilaré su progreso con indecible
ansiedad; y no temas, cuando termines, apareceré yo.
Dicho esto se marchó inmediatamente; temeroso, quizá, de que cambiase de
parecer. Le vi descender la montaña más deprisa que el vuelo de un águila y perderse
rápidamente entre las ondulaciones del mar de hielo.
Su relato había ocupado el día entero, y el sol rozaba la raya del horizonte cuando
se marchó. Yo sabía que debía darme prisa en bajar hacia el valle, ya que no tardaría
en envolverme la oscuridad; pero sentía un peso en el corazón, y mis pasos eran
lentos. El asegurar los pies en el suelo mientras avanzaba por los senderos serpeantes
de la montaña me producía perplejidad, dado lo absorto que me tenían las emociones
sufridas durante el día. La noche estaba muy avanzada cuando llegué a un lugar de
descanso que hay a mitad del camino, y me senté junto a la fuente. Las estrellas
brillaban a intervalos entre las nubes viajeras; ante mí se alzaban los pinos oscuros, y
aquí y allá se veían árboles desgajados y tumbados en el suelo; era un escenario de
maravillosa solemnidad que despertó en mí extraños pensamientos. Lloré
amargamente; y juntando las manos con agonía, exclamé:
—¡Oh, estrellas y nubes y vientos, parecéis a punto de burlaros de mí; si
realmente me tenéis compasión, borradme el sentimiento y la memoria; reducidme a
la nada; si no, marchaos y dejadme en las tinieblas!
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