Page 155 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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en imaginarlo mi ilusión) tal vez sucediera entretanto algún accidente que lo
destruyese, poniendo fin para siempre a mi esclavitud.
Estos sentimientos fueron los que me dictaron la respuesta a mi padre. Le expresé
el deseo de visitar Inglaterra, aunque le oculté los verdaderos motivos; vestí este
deseo con un disfraz que no despertaba ninguna sospecha, imprimiéndole una
seriedad que enseguida indujo a mi padre a acceder. Después de un largo período de
melancolía, rayana en la locura por su intensidad, le alegró descubrir que era capaz de
ilusionarme con la idea de un viaje, y confió en que el cambio de escenario y las
diversas distracciones me devolviesen por completo, antes de mi regreso, a mi propio
ser.
La duración de esta ausencia quedaba a mi entera elección; decidí que fuese de
unos meses, un año todo lo más. Mi padre tomó la amable precaución de buscarme un
compañero. Sin consultarme previamente, dispuso, de común acuerdo con Elizabeth,
que Clerval se reuniría conmigo en Estrasburgo. Esto era un obstáculo para la soledad
que necesitaba para realizar mi trabajo; sin embargo, en la primera etapa del viaje, la
presencia de mi amigo no sería en absoluto un impedimento, y me alegre
sinceramente de que me salvaran por este medio de muchas horas de meditaciones
solitarias y enloquecedoras. Por otra parte, Henry podía interponerse entre mi
enemigo y yo. Si llegaba a quedarme solo, ¿no me impondría de vez en cuando su
abominable presencia para recordarme mi tarea o comprobar sus progresos?
Así pues, me marché a Inglaterra, y quedó acordado que mi unión con Elizabeth
se celebraría inmediatamente después de mi regreso. La edad de mi padre le hacía
mostrarse extremadamente contrario a toda demora. En cuanto a mí, había una
recompensa que me prometía después de aquel odiado trabajo, un consuelo para mis
indecibles sufrimientos: la promesa del día en que, libre de mi miserable esclavitud,
podría reclamar a Elizabeth y olvidar el pasado casándome con ella.
Hice, pues, los preparativos para el viaje, aunque con una sensación que me
llenaba de temor y agitación. Durante mi ausencia debía dejar a mi familia ignorante
de la existencia de su enemigo y expuesta a sus ataques, ya que se exasperaría cuando
se enterase de mi marcha. Pero había prometido seguirme donde fuese; así que ¿no
me acompañaría a Inglaterra? Dicha posibilidad era en sí misma espantosa, aunque
tranquilizadora en la medida en que suponía la seguridad de los míos. Me angustiaba
la idea de que fuese al revés. Pero durante todo el tiempo en que fui esclavo de mi
criatura me dejé llevar por impulsos momentáneos, y ahora tenía la firme convicción
de que el demonio me seguiría, y que de este modo libraría a mi familia del peligro
de sus maquinaciones.
En la segunda mitad de septiembre abandone otra vez mi país. Emprendía el viaje
por propia iniciativa, y Elizabeth estaba de acuerdo por esa razón; pero le llenaba de
inquietud la idea de que pudiese sufrir, lejos de ella, los asaltos de la desdicha y del
dolor. Había sido su preocupación lo que había motivado que me acompañase
Clerval… sin embargo, el hombre está ciego ante los mil pequeños detalles que la
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