Page 88 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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veces sentía también renacer en mi pecho la alegría y el afecto; desapareció mi
depresión, y en poco tiempo volví a ser tan alegre como antes de sumirme en aquella
pasión fatal.
—¡Queridísimo Clerval —exclamé—, qué amable, qué bondadoso eres conmigo!
Durante todo este invierno, en vez de dedicarte al estudio como te habías prometido,
te has consumido en esta habitación de enfermo. ¿Cómo podré corresponderte?
Siento un gran remordimiento por el desencanto que te he ocasionado, pero sé que
sabrás perdonarme.
—Me compensarás enteramente si no recaes y te pones bien cuanto antes; y
puesto que parece que estás tan animado, voy a hablarte de cierto asunto, ¿de
acuerdo?
Me eché a temblar. ¡Un asunto! ¿Qué podría ser? ¿Se referiría a aquel en el que
no me atrevía siquiera a pensar?
—Tranquilízate —dijo Clerval, que se dio cuenta de que se me había mudado el
color—; no lo mencionaré, si tanta agitación te produce; pero tu padre y tu prima se
alegrarían muchísimo si recibieran carta de tu propia mano. No saben lo enfermo que
has estado y les preocupa tu prolongado silencio.
—¿Esto es todo, mi querido Henry? ¿Cómo puedes suponer que mi primer
pensamiento no ha volado hacia esos seres, a quienes quiero y son merecedores de
todo mi amor?
—Si es ese tu ánimo actual, amigo mío, quizá te alegre ver una carta que está ahí,
aguardándote desde hace unos días; es de tu prima, creo.
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